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Jakue Pascual - Sociólogo

1936 Reloaded

Un miliciano tocado con un gorro rojinegro se cuela por una puerta desvencijada. Mira a su alrededor; no hay peligro. Las escaleras están libres y por ellas accede hasta una balconada por la que avista la plaza del pueblo. Fuera, una Maxim tabletea tartamuda, mientras, por la izquierda, dobla la esquina un tanque Ansaldo. El carro de combate se aproxima, en dos segundos estará bajo nosotros. Uno, dos... Pulso círculo y selecciono opción de arma: ¿Star 1919, la «Sindicalista», naranjero, Hotchkiss...? ¡No, el cocktail Molotov! Aprieto segundo y medio el botón de la equis y los fascistas saltan por los aires.

Ya puedes ser un combatiente virtual de la Lincoln Brigade, un oficial de artillería republicano, un guardia de asalto o civil, un legionario o un tanquista de la Cóndor. Esto sucede gracias a una red de chiflados sin dónde, que tienen en común los ordenadores y la historia, y que, con modificaciones de videojuegos de guerra como Medal of Honor, han reconstruido fidedignamente escenarios de batallas de la Guerra Civil: la Ciudad Universitaria, el Jarama, Teruel... lugares en los que tuvieron lugar sangrientos encontronazos entre las fuerzas populares y los sublevados. Pero notamos la ausencia de vascos en el proyecto y echamos en falta la reconstrucción de alguno de nuestros frentes, como el de Lemona, el del Cinturón de Hierro o las luchas callejeras de Donostia. Así como poder elegir ser un gudari del Kirikiño, un txapelgorri del coronel Beorlegui o la miliciana Casilda.

Los creadores se defienden, dicen no tomar partido por los nacionales o republicanos e insisten en la validez de sus intenciones documentales, argumentando que en un juego de guerra no tendría sentido que uno de los bandos no pudiera ser vencido. Así nos ofertan la posibilidad de recorrer la contienda por escenarios fielmente reconstruidos, que nos ubican en primera línea de un tiempo cruel que la memoria colectiva tiende a borrar. Más allá estará la polémica sobre si juegos virtuales como éstos predisponen a la belicosidad o si son las determinaciones psicosociales de los sujetos las que despiertan a la bestia de la guerra.

Por fin la República podrá ganar batallas y, aunque ésta sólo sea una opción virtual, nos podremos resarcir digitalmente de cuarenta años de derrota. La radio proclama palabras pasionarias en la interfaz. La infantería nacional toma casa por casa, en lo alto rugen los Junkers y entre las ruinas del Alcázar nuestra Astra 901 puede ser mortífera. ¡Ya están aquí! Apuntamos, pulsamos... ¡Pim, pam, pum!

 

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