Inicio > Artículos > 2003 > Memoria antimilitarista (2003-02-13)
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Jakue Pascual - Sociólogo

Memoria antimilitarista

El valor del recuerdo reside en reinstaurar el sentido de lo vivido, ubicándose ahí la potencia acumulada de su materialidad. Por eso, hablar del antimilitarismo implica restituir sus cartas de naturaleza a la historia reciente de los vascos, a las decisiones que la propia sociedad ha instituido en su proceso constituyente.

Los vascos históricamente han medido celosamente la amplitud de la respuesta violenta, circunscribiendo institucionalmente la misma a la necesidad de autodefensa. El árbol Malato evidencia esta figura, delimitando una autonomía de decisión en lo militar, ya que el Fuero no garantiza la interven-ción armada más allá de las propias fronteras. Y, así, no es de extrañar que en nuestras propias familias hubiera quien desertara y se sublevara contra una guerra como la de Africa, que se consideraba ajena.

Esta es nuestra historia cercana, la de los objetores y asambleas antimilitaristas de finales del franquismo y de comienzos de la Transición. La de los pequeños grupos experimentales que activaron la conciencia antibelicista en plena crisis de los euromisiles, cuando todavía las vanguardias hablaban de la toma armada del poder y se ubicaban en la aceptación de la política mundial de bloques. Prácticas minúsculas que sirvieron para cimentar la constitución de amplias plataformas, como las creadas contra la OTAN. Un movimiento como el del Otoño 83 y el de la Primavera del 84 que -a pesar de los intentos de capitalización por parte de minorías políticas y gracias a la tupida red de medios contrainformativos sobre los que se apoyó- desembocará en el «no» a la OTAN del 86. Una postura política que discurrirá en paralelo al surgimiento de una Objeción Colectiva que, con su profundización insumisa y con el colchón social que dispone en torno a ella, finiquitará tanto a la mili como los intentos de recuperación sistémica de la PSS, obligando al Estado a aislarse en su militarismo y a diseñarse un ejército profesional garante de su propia seguridad.

El padre del actual presidente estadounidense instauró el Nuevo Orden Internacional con la Guerra del Golfo y la respuesta de la sociedad vasca fue negativa a dicha intervención. Ahora, vuelve a darse una circunstancia similar, agravada por la desfachatez con la que se produce, no hurtándose a ningún bien nacido que los intereses que promueven el ataque a Irak son todo menos democráticos y humanitarios. Una vez más, tenemos la oportunidad de escoger el único bando justo de la contienda, el del «no» a la guerra.

 

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