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CURSO DE ADAPTACION 88-92.

El intervalo de años existentes entre la década de los 80 y los 90, suponen un lapsus de tiempo particular en el que se recondicionan los parámetros del enfrentamiento socio-político. Si en el año 87 detectamos un índice acumulado de expresiones de movimientos sociales, juveniles y nacionalistas, como reflejo de un sujeto múltiple, heterogéneo, difuso y extendido socialmente, contradictorio entre sus formas de vanguardia y de base; a partir de 1988 vamos a constatar un desinflamiento de esta potencia y la transición hacia un nuevo estadio del conflicto.

El paso previo a detectar para establecer los indicadores que muestran este reflujo, se ubica en la situación transicional socio-económica. La crisis afloja los efectos desectructuradores del entramado de la sociedad del bienestar, estableciendo un paréntesis previo a la puesta en marcha de nuevos mecanismos de ajuste y liberalización del sistema. Este lapsus de tiempo es utilizado para que el mercado laboral se abra tímidamente e incorpore al mismo a una parte importante del capital humano de la generación de los 80, implicada genéricamente en un proceso conflictual hasta cierto punto atemperado por el sostenimiento de las clases populares de su descendencia. Una situación que amenazaba con desbordarse y a la que había que dar una salida coyuntural. La relajación de la crisis, evidentemente, no recompone los niveles sociales y de bienestar alcanzados durante las décadas de los sesenta y setenta, pero sirve para desactivar momentáneamente una bomba de relojería generacional con el reclutamiento, en condiciones de precariedad, de amplios sectores sociales que comienzan a abandonar relativamente, en la llegada a su límite de juventud, su dependencia económica, pero sin alcanzar su plena autonomía social y estatutaria. El tiempo joven es finito, por eso el sistema cuenta con la posibilidad de desarticulación de sus energías en el límite de su tolerancia.

Nuevas empresas de servicios y sectores automatizados e informatizados, comienzan a desplegar sus redes de intervención económica, aprovechando la relajación de la crisis y la mejora de las condiciones que les facilita la incorporación de medidas de flexibilización de empleo. El paseo por este momento debe tener en consideración el incremento del gasto público en el mantenimiento de ciertos sectores y el que se retarde la aplicación total de las medidas que deberían implicar la total liberalización del mercado laboral, el despido libre, la movilidad de la mano de obra y la puesta en marcha de los contratos basura. Otro factor que alimenta la situación, es el compás de espera que imponen los fastos del 92, que suponen un ilusionamiento hacia espectativas de despegue económico y la creación momentanea de puestos de trabajo. El límite lo marca el acontecimiento, la crisis se reabre justo en el momento en que el espectáculo concluye.

El “reformismo” ha cumplido su papel de readecuar progresivamente el estado español y Euskal Herria a las nuevas relaciones sociales de producción. Las condiciones de liberalización de los mercados están dadas y estás necesitan valores paralelos que los justifiquen.

Estos años transitivos vienen caracterizados en Euskal Herria por una serie de hechos, que marcarán la emergencia de los parámetros donde se ha de circunscribir el nuevo sujeto transformador. En este momento acontecen hechos decisivos en la represión de experiencias autoorganizativas y juveniles, en las que el acuerdo político de las fuerzas políticas mayoritarias se torna imperturbable. La mayor parte de los partidos políticos justifican la continuidad, sin alternativas, de la anulación de experiencias como las de gaztetxe de Orereta o la radio libre Eguzki Irratia de Iruñea, expresiones, a modo de ejemplo, de la potencia autoorganizativa social y juvenil de esta época.

Otro contencioso socio-político que marca la transición hacia un nuevo estadio, será el del conflicto de la Autovía de Leizaran. Aquí se despliegan inicialmente dos potencias antagónicas, la institucional mediática y la social popular. La red de oposición al proyecto surge de nucleos básicos de relación, como los del Gaztetxe de Andoain, los grupos económicos tolosarras y los baserritarras perjudicados por el proyecto. Estas agregaciones básicas desarrollan una labor de concienciación de base, que se expande rápidamente por el territorio afectado. La entrada de la lucha armada de ETA, su primera valoración del rechazo social del proyecto, su necesidad momentanea de encontrar un polo de atracción que rompa el bloqueo político-mediatico, al que está sometida esta organización desde el fracaso de las concersaciones de Argel y tras el despliegue de su praxis militar, reconduce el contencioso a la justificación de posturas irreconciliables por parte de la creación político-mediatica de un frente anti-ETA, que desvirtúa las líneas centrales del conflicto, creando la coartada perfecta para esconder los verdaderos intereses desarrollistas y económicos que tienen los poderes en este proyecto. El desbloqueo de las conversaciones sólo vendrá dado ante la visión de la imposibilidad de solucionar el problema por la vía armada y dado el aumento geométrico de los costes del proyecto. La ecología y el movimiento popular salen derrotadas de esta dinámica. El valle de Leizaran se pierde y sólo se recupera una infima parte del mismo, aunque lo cierto y lo triste del caso es que dudamos que el potente movimiento social de oposición que se desarrolla contra la autovía hubiera podído conseguir por sí mismo esta pequeña concesión, dado que institucionalmente las puertas están totalmente cerradas. (En este tipo de conflictos conviene analizar el del pantano de Ioiz, de estos años 90, y la no ingerencia de la lucha armada en el mismo, así como la cerrazón, la impermeabilidad y la más que dudosa actuación de intereses económico-políticos que se niegan a considerar las razones de la oposición social. Aquí vamos a poder observar la existencia de novedosos métodos de agitación y sabotaje y la validez de los mecanismos institucionales suprarregionales para bloquear proyectos infraestructurales que conllevan modificaciones ecológicas de tal calibre; ya que en nuestro contexto elementos básicos de decisión popular como los referéndums, tan normales en los países europeos, están eliminados en la práctica y la voluntad ciudadana únicamente se circunscribe a la actuación de los partidos y a los intereses particulares que representan).

La música y la estética juvenil siempre anticipan el espíritu de los tiempos. Es en 1988 cuando saltan a las tablas escénicas los Negu Gorriak. Una banda síntesis que recoge la experiencia de los Kortatu, para adentrarse en una simbiosis de estilos, mezcla que viene determinada por las nuevas tendencias musicales internacionales y va a incidir en la evolución del panorama rockero. En una misma banda se interacciona el rap, como concepto hip-hop en relación directa con con la forma expresiva del bertsolarismo; el hardcore, como derivación americana y acelerada del punk; el trashcore en síntesis de trashmetal y HC; además del funk, los toques soul y el rock and roll. Una nueva manera de entender los tiempos móviles que se avecinan, una recomposición de viejas formas en un nuevo sentido y concepción musical. El efecto de su surgimiento es de masas y entronca directamente con las nuevas generaciones que están naciendo en los entornos abertzales y que descienden directamente de éstas, pero que han asimilado, en su niñez o en su primera adolescencia, las prácticas alternativas desarolladas en los 80. La importancia de este grupo es compartida con el nacimiento de otra tendencia musical, en las márgenes duras del R&R, y que se ejemplifica en los Soziedad Alkoholika; con un trashcore salvaje que evidencia las líneas musicales de los extrarradios urbanos (trashmetal, deathmetal, HC..). Una incursión sobre la denuncia social, con formas estilisticas mestizas, que anticipan criterios simbióticos de entender la música. Los grupos de los 80 comienzan a desaparecer y sólo algunos, como Barricada, se mantienen en las cumbres del mercado multiacional o en sellos de menor impacto a escala local, como es el caso de La Polla en Oihuka. Lo que sí sucede en este momento, es el nacimiento de la potencia del rock en euskera, al acceder una generación socializada en este idioma a la palestra. Esto se evidencia, en un primer instante, en el crecimiento del jevi vasco y bandas como Su Ta Gar. Pero también es ahora cuando comienzan a llegar los nuevos sonidos duros americanos, que sobre una base punk combinan músicas de los 60, 70 y 80, con el inglés como idioma y focalizados en la Margen Derecha del Nervión. Todas estas experiencias mencionadas tendrán realmente su apogeo en la década de los 90.

El final de los 80 está marcado por el paso de la insumisión y la difusión social de su aceptación. La lucha antimilitarista en la década pasada tuvo dos frentes principales, el del rechazo de los grandes bloques y de los proyectos que afectan a Euskal Herria (euromisiles, OTAN, polígono de tiro de las Bardenas), y el cuestionamiento del servicio militar obligatorio y la potenciación de la objeción colectiva. La anunciada y solapada amnistia a los objetores y la negación del derecho colectivo de la misma, fuerzan el paso hacia la insumisión. La constatación del amplio rechazo social a la mili y al ejército en Euskal Herria, obliga a los sectores nacionalistas a impulsar y alinearse en favor de esta lucha, desarrollándose un amplio entramado social de contestación antimilitar 19 . La insumisión va en paralelo a la puesta en marcha de la Prestación Social Sustiutoria y al fracaso de los planes institucionales para normalizarla en hegoalde. La guerra del Golfo también activará importantes polos de contestación social no intervencionistas, que contribuirán a potenciar la conciencia antimilitar.

En el capítulo de las drogas vemos como hay un parón, vía represión, en la entrada y consumo de speed; cómo se controla los pequeños “trapicheos” de hachís y speed en la calle; cómo se focaliza y marginaliza el consumo de heroína, bloqueando momentaneamente las nuevas incorporaciones a la misma y cómo se incrementa el SIDA asociado a este consumo. Pero, sobre todo, cómo hace su penetración masiva la cocaína en los sectores jóvenes de las clases medias y en el proletariado cualificado sujeto a variados niveles de contratación, y cómo tras la cual se esconden valores sociales de logro y tramas mafiosas y parapoliciales que encuentran en esta sustancia una fuente inmejorale de ingresos.

Y para cerrar la transición a los 90 observamos cómo, en el apartado de la lucha contra la organización armada ETA, se da una continuidad en los planes establecidos por la comisión de expertos antiterroristas con la creación del Pacto de Ajuriaenea y su correlación en la incidencia social vía medios de comunicación; proceso que marcha en paralelo a la represión directa del fenómeno y que tiene su punto culminate en la detención de la cúpula de ETA en Bidart, que descabeza a la organización, cerrándose así una etapa de actuación militar.



19 En 1989 detectábamos el amplio rechazo que suscitaba entre los jóvenes las cuestiones del servicio militar obligatorio y del ejército. Ante la pregunta de ¿con qué postura te identificas? las respuestas eran las siguientes: Sí a esta mili 1,5%, no a esta mili 33,9% y no a cualquier mili 66, 6%. Y cuestionados sobre cómo debe ser la mili: Obligatoria para todos 2,3%, voluntaria para el que quiera 65,1% y no tiene que haber ni mili ni ejército 32,6%. R. Ajangiz, C. Manzanos, J. Pascual. Objetores, Insumisos: La juventud vasca ante la mili y el ejército , Bilbao, Gobierno Vasco (Dep. Cultura y Turismo), 1991, p. 168.