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LA DETECCION DE LOS RASGOS ANTAGONICOS EN LA PRIMERA MITAD DE LOS 90

La transición a los noventa viene marcada por la disolución de un sujeto proletario heterogéneo, adscrito a una generación concreta y bloqueado represiva y estructuralmente en su expresividad. Tras el breve paréntesis de ficción expansiva de la economía, la crisis se reabre y reintroduce nuevos parámetros de recomposición, tanto de los tejidos productivos y de servicios, como de incorporación de elementos flexibilizadores del trabajo. La pugna por los cada vez más amplios supuestos de despido libre, la incorporación de modalidades de trabajo negro, contratos basura, mayores cotas de movilidad laboral, la cada vez menor correspondencia entre las rentas, imponen progresivamente un panorama de liberalización de los mercados, en los cuales la tutela estatal se reconduce hacia criterios únicos de racionalizacíon, a la vez que abre las puertas al desmantelamiento total y progresivo de una estado social del bienestar, ya de por sí mermado en la década de los ochenta.

La anomia social se vuelve a manifestar de forma contundete y novedosa. En los 80 se evidenciaba como esquizofrénica, como oposición entre valores societales y nuevas maneras individualizantes y privatizantes. Pero en los 90, con su mayor penetración y profundización, los lazos sociales dejan de servir para crear adhesiones e ilusiones y la privatizacion de la sociedad, así como su impulso mediático, empujan hacia la exclusión entre sociedad e individuo, hacia el aislamiento autista de unos sujetos obligados a refugiarse en su mundo particular para hacer frente un entorno hostil.

Los nuevos valores de consumo y logro individual penetran en la epidermis social, imponiendo maneras de sobrevaloración del estatus que hacen tolerables de hecho comportamientos asociales y corruptos. Ya no importará la forma de obtención de privilegios, sino su simple detentación o apariencia de posesión de los mismos. El mundo mediático se superpone sobre la realidad como una máscara, crea la ficción del éxito en la universalización de su deseo e impone la quiebra de valores solidarios, dado que éstos no tienen lugar ante la omnipresencia de la esfera única de ostentación de poder.

La crisis agudiza las distancias sociales constituyendo una realidad palpable en la pauperización de amplias capas populares, en la depreciación económica de las familias obreras que tienen que soportar las cargas añadidas de sus vástagos en paro, en la depreciación de los niveles educativos proletarizados, en el ensachamiento de las diferecias de partida y conclusivas para la obteción de un estatus, en el progresivo incremento de la marginación social y en los efectos lamentables que acarrea, en los sectores más desprotegidos, la quiebra de las prestaciones mínimas que cubría el Estado del Bienestar para el mantenimiento de unas condiciones dignas de vida.

Un panorama que anuncia el fin reformista de esta parte de la historia, así como la recomposición diferencial de las distancias sociales, elemento necesario para componer la reproducción ampliada de un capital sujeto a procesos de regulación en mercados finitos. El efecto previsible de hecho en esta nueva situación, es el resurgimiento de los antagonismos sociales solapados tras políticas de bienestar y de limitación de las distancias sociales agresivas.

La generación de los noventa asoma las narices en un escenario modificado socialmente, por el incremento de las distancias de estatus entre una juventud proletarizada y los estratos de clase media; que también son capaces de impulsar maneras, potenciadas mediáticamente para ser emuladas, en sectores que asimilan las formas hegemónicas en voga. La gran masa juvenil fluctuará entre unos sectores y otros, intentando acomodarse lo mejor posible a las convenciones existentes y a eludir la crisis. Un panorama que refleja un antagonismo soterrado que se avecina evidente, dado que las condiciones de progresivo distanciamiento social así lo anuncian, a pesar de la reproducción mediática de estereotipos de clase media.

Un elemento que nos puede dar un avance del momento que encontramos en la juventud, y que no es más que un reflejo ampliado con matices del resto de la sociedad, es el de la polarización de su nuevo voto en las últimas elecciones autonómicas del 94. Además de la abstención mayoritaria de la juventud, que no se identificada con el sistema de cosas vigente y que se aparta del mismo, el voto joven se polariza entre HB y el PP. A la primera coalición le llegan las papeletas desde Jarrai, como grupo más extendido y conocido entre los jóvenes, y al segundo partido a través de los medios privados de comunicación monopolizados por la derecha (teniendo en cuenta que en el reflejo reproductivo del antagonismo también estarán marcados los restantes partidos, que recomponen un panorama doble de dualidades ideológicas, derecha e izquierda, y de sentimiento comunitario, nacionalistas vascos y españolistas).

Pero el problema no es sólo comenzar a evidenciar el surgimiento antagónico de propuestas y posturas electorales, fruto visual -partidista/adulto- de las división social a la que conducen las modificaciones estructurales, sino sobre todo el de localizar el potencial de los nuevos sujetos transformadores de los noventa, sus primeras manifestaciones y las características de su realidad o inexistencia.

El nuevo proletariado social y juvenil , a través de sus grupos activos, continúa demostrando que sus necesidades básicas siguen insatisfechas y que no están dispuestos a renunciar a las mismas, a pesar de que el dispositivo de control privatizante continúa con su imparable despliegue. Las nuevas experiencias de estos movimientos asoman en nuestra actualidad de una manera cuantitativa más potente y con la cualificación que les otorga una experiencia histórica y social acumulada. La redefinición expresiva y espacial de la generación activa de los 90, se superpone sobre las prácticas desarrolladas por las formas autoorganizativas anteriores dotándolas de un nuevo sello de autenticidad.

El grupo de iguales continúa ejercierndo como lugar de socialización secundaria, de adhesión básica, y ahora, además, como refugio frente a un entorno social y clasista hostil. La lectura que efectúan estos grupos parte de lo instintivo, de la constatación de hecho de su ubicación en un NO LUGAR, en los márgenes de una sociedad adulta recompuesta en su dominio extremo de clase. En los 80 los grupos de iguales homógeneos tomaron el relevo a las cuadrillas heterogéneas, evolucionando focalizadamente y extendiéndose en formas de red y de reconocimiento de agregaciones similares. Pero en los 90, a pesar de que el proceso de extensión es el mismo, el autorreconocimiento social de los grupos es directo, dado que las convenciones estéticas marcan dos composiciones antagónicas extremas. Del no lugar de correspondecian entre lo joven y lo adulto estamos pasando, en la generación de los 90, a la distinción total entre clases y a la recomposición de su diferenciación.

La generación de los 90 tiene cosas que decir y para ello necesita lugares propios. El resurgimiento de la redefinición expresiva y espacial es una evidencia. Lo característico del caso no está en el reconocimiento de estas necesidades o en su emergencia, sino en la evolución de sus formas y en la ubicación en un contexto concreto de control social.

Una práctica tan extendida en los 80, como es la ocupación de espacios para desarrollar actividades juveniles y constituir los denominados gaztetxes, se vuelve a reproducir en esta década. Nacen nuevas gazteen asanbladak (Santutxu, Gros, Bilbo Zaharra, Lasarte...) y se instauran nuevos espacios liberados juveniles como el de el frontón Euskal Jai de Iruñea. La potencia de estos grupos se evidencia en la continuidad ampliada (en cuanto a número de personas se refiere) de la reivindicación de una necesidad básica, como es la de contar con espacios autogestionados por los propios jónenes. Las respuestas institucionales fluctúan entre la represión y el acuerdo negociado, pasando por los infructuosos esfuerzos de ofertar y crear adhesiones en torno a algunos centros dirigidos, bien sea mediante gestión municipal o vía concesiones a contratas particulares (modalidades de Gazte-leku).

Entre los ejemplos represivos destacan el desalojo del Gaztetxe de Bilbo, acontecimiento que se produce tras el espectáculo del 92, y que cuenta con la acción combinada de instituciones, policías y los distintos medios de comunicación públicos y privados. Este caso explicita una forma de represión y control por anticipación de los distintos poderes, que consideran como perniciosa toda aquella experiencia que transgreda las fórmulas de gestión centralizadas, y que percibien unilateralmente a los gaztetxes como supuestos focos insurreccionales, susceptibles de generar disonancias con el sistema en sus momentos de ajuste (coincidentes en este caso, con la reapertura de una crisis que afecta directamente a los jóvenes de esta esta macrozona industrial y con los proyectos remodeladores del Bilbao Metropolitano). En este orden de cosas convendría recordar los ataques dirigidos mediáticamente contra los gaztetxes de Ordizia y Laudio, identificando a sus elementos con sujetos practicantes de formas guerrilla urbana en conflictos sociales (Acenor) y antirrepresivos. O el caso del Skuat Pinturas de Laudio cuyo desalojo y cierre fue acompañado de imágenes similares a las difundidas en casos de aprehensión de zulos de comandos terroristas y alijos de narcotráfico.

También es reseñable la inexistencia de ofertas espaciales juveniles en lugares de alto valor especulativo y la correspondencia con las intervenciones impositivas institucionales que se dan en los mismos, como el caso de Donostia donde han existido más de media docena de gaztetxes txapados, el último fue el de Xolot del barrio del Antiguo.

Otra manera de intervención será la de retomar el dialógo y negociar, tras las movilizaciones juveniles, posibles alternativas a los locales, como los casos de Andoain y Gasteiz. Este último ejemplo evidencia la potencia y el apoyo de sectores de la cultura, socializados en los 80 (grupos musicales de alto impacto como Barricada, directores de cine como Bajo Ulloa, sociologos y diversos profesionales) 20 .

La continuidad del movimiento de gaztetxes y gazteen asanbladak, nacidas en los 80, es retomada por una nueva generación que parte del mismo principio básico: la necesidad de espacios donde los propios jóvenes puedan desarrollar autogestionadamente, desde ellos mismos y sin interferencias (poder/adultas), la satisfacción de sus inquietudes (músicales, teatrales, artísticas, ideológicas, grupales...). En los noventa la fuerza del movimiento de gaztetxes es patente cuantitativamente, pero también cualitativamente, ya que cada movimiento nace con el bagaje de una experiencia social acumulada al respecto, lo que le permite agotar de una manera más eficaz los distintos pasos a dar en el proceso:

1.- Agrupación-concienciación juvenil.

2.- Reivindicación formal de locales ante las instituciones-sensibilización popular (barrios, pueblos).

3.- Ocupación del local designado ante la negativa de los poderes a efectuar su cesión.

4.- Periodo de la autogestión y autoorganización asamblearia: aclimatación, desarrollo de actividades, mantenimiento y defensa en los casos que sea necesarios.

En los 90 también se está producendo una coordinación territorial de las distintas experiencias, surgen la Coordinadora de Gaztetxes de Gipukoa, la KGB en Bizkaia y los distintos espacios ocupados navarros mantienen una fluida relación.

El caso del Gaztetxe de Iruña es particular, por el efecto añadido de catastrofe que supone para el poder que acompaña a su ocupación. La desmedida represión la intervención sostenida en su intento de desalojo, vuelca a la población de la zona del Casco Viejo y a gran parte de las fuerzas juveniles y de izquierdas navarras a posicionarse contra la intervención policial combinada desde la coordinación de la Alcaldía y el Gobierno Civil.

La lucha por la consecución de espacios juveniles colectivos, externos al control sistémico-paternal y que sirvan para elaborar propuestas que satisfagan las necesidades de ocio participativo de la juventud, sigue siendo una constante quince años después de las primeras ocupaciones de los locales de la OJE. La única diferencia es que el conocimiento de su existencia y de sus experiencias se extiende, y con él su necesidad y las maneras más adecuadas de intervención. Hay que tener en cuenta que ya no es la primera generación que conoce los gaztetxes y que estos jóvenes, que los demandan y los construyen actualmente, conocieron en su niñez las constitución de los espacios liberados que impulsaron todo un movimiento creativo en este tipo de locales.

Un movimiento, el de los gaztetxes, que se enfrenta directamente a los intentos privatizantes de reconducir a los individuos a sus esferas particulares. Un movimiento juvenil que crea redes locales de agregación espacial, en base a grupos de iguales, para impulsar la satisfacción colectiva de las necesidades proxémicas y creativas. La apropiación juvenil del espacio, expropiado previamente para usos especulativos y privados en un sistema que los garantiza, potencia la generación de una socialidad de base que se ubica en la reivindicación de una comunicación creativa. La ocupación se enfrenta a un proceso de privatización del espacio, que tiene por objeto reconducir las interacciones sociales al ámbito de lo particular espectacular, a la vez que extraña las relaciones directas y el ocio participativo de los grupos de juveniles más activos.

Junto a la vertiente ocupacionista de creación de espacios para realizar actividades colectivas, tenemos las ocupaciones que tienen como principal fundamento el poder disponer de un lugar para habitar. Dentro de esta segunda modalidad, nos encontramos con las ocupaciones que tienen por objeto experimentar formas de vida comunal y las que simplemente se realizan para disponer de un techo donde alojarse. Las últimas, son una constante prácticada por numerosas personas con recursos económicos y familares limitados, no se cirscunscriben sólo a una capa de edad y no tienen fundamentación ideológica ni experimental. Durante los 80, la busqueda de viviendas como de experiencias comunales han sido una constante, si las primeras son incontables, entre las segundas se han desarrollado experimentos concretos, muchos de los cuales llegan hasta nuestros días, como Minas de Ardituri, Zapatari, la Herrería, la casa de mujeres de Matxarda...

Nos inclinamos a pensar con Engels que el problema de la vivienda procede de la propiedad privada del suelo y que sólo podrá desaparecer cuando las relaciones sociales que la provocan se esfumen 21 , aunque el problema posterior sería cómo hacer viable el proyecto y el establecimiento de los niveles de intervención (creación de vivienda pública, intervención sobre viviendas desabitadas, cooperativas...). De todas maneras, lo que es constatable es que en Euskal Herria existe un gran parque de viviendas deshabitadas (solamente en Donostia hay 14.000), una cultura de propiedad de pisos nacida en el desarrollismo que ha imposibilitado una tradicción de alquileres dignos y asequibles, junto con una cuasi inexistente oferta de alquileres públicos, una intervención pública y privada de construcciones residuales que sólo beneficia a las clases medias (incluso en la promoción de viviendad sociales) y una agudización de la problemática con el recrudecimiento de la crisis, y su impacto especulativo, en los sectores sociales más desprotegidos (marginados, mujeres, juventud).

Esta vertiente del ocupacionismo permanece y se reproduce, aunque todavía muy concretamente, con la nueva generación. El problema para su expansión es el de una falta de concienciación que se evidencia de forma esquizoide; por un lado, uno de los principales males -de los que se queja la juventud y la población en general- es el de la falta de viviendas asequibles; pero por otro, no contemplan con buena cara la apropiación de inmuebles vacíos dada la real o hipotética posibilidad de ser propietario (los elementos profundos vienen desde la cultura del piso particular de la familia nuclear, de la inexistencia de una cultura de alquileres, de la dependencia del habitat paternal y su posible herencia...). Este impedimento previo no ha imposibilitado la expansión del movimiento ocupacionista, que poco a poco amplía su base de acciones, su conocimiento del terreno y su precisión concienciadora, dado que los nuevos tiempos que se avecinan no parecen solucionar la carencia de espacios para habitar y el elevado coste de los mismos. En los 90 vuelven a surgir las asambleas pre-occupacionistas y se están ocupando inmuebles (Ondarroa, Hernani, Martutene, Gobelas...).

Lo normal es la represión de este tipo de ocupaciones, aunque en muchos casos, y dado el estado de los inmuebles, los propietarios privados o públicos ceden su uso mientras no existan planes precisos para su utilización o derribo. Entre los desalojos más sonados de principios de los 90, tenemos el de Lore Etxea en Iruñea, donde la intransigencia de los poderes municipales no reparó en medios para el derribo de la Casa del Jardinero (escavadoras, policías, manipulacción informativa y estigmatizante...), sobre la cual no existía ningún plan específico.

La redefinición expresiva es otra de las vertientes de continuidad en los movimientos alternativos surgidos en la última década. Su variedad formal recorre una panorámica que va de las radios libres a los fanzines, pasando por el video, las artes plásticas, la música o el teatro. Su centro de intervención es el de la libertad de expresión y la reivindicación de la descentralización de los medios para ejercitar la comunicación. Estos nuevos medios de contrainformación nacen de la necesidad expresiva de una generación proletarizada que siente como ajenos y que no se identifica con los contenidos de la difusión mediática masiva.

Sumidos en una sociedad del espectáculo, que limita la información a la interesada reproducción de lo sistémico y que emplea la rigidez formal para circusncribir los contenidos en la esfera valorativa del poder, la necesidad práctica que los sectores alternativos evidencian como ineludible, es la de contar con medios propios que contrarresten la unilateralidad del discurso sistémico.

Para mediados de la década pasada el poder cuenta con dos instrumentos precisos para regular la radiodifusión y anular las prácticas liberadas de los circuitos públicos y privados, nos referimos a la LOT de 1987 y al decreto del 11 de noviembrede 1986 del Gobierno Vasco. Durante los 80 la extensión de las radios libres por toda la geografía vasca consigue, pese a su discontinuidad, altos niveles de audiencia en momentos conflictivos concretos (Mikel Zabalza, huelgas generales, referendum OTAN...), a partir de estos momentos el sistema se dotará de los mecanismos legales para silenciar las ondas libres. El último ejemplo de la década viene del cierre de la radio Eguzki Irratia, en la que la policía entra para cortar el programa en directo que se estaba realizando con motivo de la llegada del rey a Iruñea.

A partir de este instante las radios libres entran en un proceso de replanteamiento, si bien los medios técnicos con los que se contaban y las posibilidades de emisión eran muy extensas (retransmisiones en cadena, emisores de calle, contactos internacionales, posibilidades de informatizacíon...), la realidad evidenciaba una serie de carencias que había que subsanar. El debate se centrará ahora en la radio como colectivo particular que debe superar la simple suma de grupos que ineractúan en este espacio, en la mejora de la calidad de difusión, en la preparación mínima del capital humano (técnicos y locutores), en las formas independientes de financiación y en los supuestos legales a los que acogerse para solucionar las situaciones de indefensión.

Vemos como la intervención represiva interfiere en la práctica normalizada de estas emisoras y cómo sólo subsistirán a ella, ya iniciados los 90, los colectivos radiofónicos más potentes: Eguzki Irratia, Hala Bedi Irratia, Molotoff Irratia...

Con la nueva década nos encontramos con un panorama de recuperación del entramado radiofónico alternativo, en las emisoras libres se ha producido un relevo generacional y un fuerte debate sobre los supuestos ya mencionados. Es el instante donde se tramitan una serie de medidas legales, en concreto una propuesta no de ley en el Parlamento de Gasteiz sobre la legalización de las radios libres, acogidas a los criterios culturales que contempla la legislación (moción que es rechazada por 23 votos en contra y 20 a favor en mayo de 1992). Es el momento en el cual comienzan a emitir emisoras municipales, algunas de las cuales reincorporan el interés juvenil y social en sus programas, y cuando surgen formas radiofónicas dirigidas a mermar la presencia de radios libres zonales como los talleres de radio.

Este es el panorama donde vuelven a emitir las radios libres, un sector contrainformativo que ha preparado a numerosos profesionales de las ondas y ha introducido formas directas de comunicación y feed-back, que han sido asimiladas rápidamente en los espacios radiados formales que han desvirtuado su práctica.

Nuevos proyectos como Radio Tas-Tas de Bilbo, que incorporan numerosos y cualificados profesionales de mentalidad alternativa, evolucionan con contenidos más precisos sobre la amalgama de la explosión radiofónica. Atemperadas las formas, encontrados los mínimos de calidad y los mecanismos tecnológicos, buscados los supuestos legales y las formas de financiación alternativa, las viejas y nuevas radios libres recomienzan su andadura. Sólo el tiempo dará las dimensiones del proyecto.

Algo parecido sucede con los medios de comunicación escritos, tras el surgimiento en la década pasada de cientos de fanzines, boletines y revistas. Su mayor y menor periodicidad, calidad, tirada, duración y medios técnicos y humanos, no obviaba el hecho de su general extensión y precariedad. Sólo algunas revistas y fanzines concentraron unos mínimos de calidad técnica, profesional y dieron una estabilidad a sus proyectos. Los casos de la revista musical Muskaria y el fanzine contrainformativo Resiste, marcan los ejemplos de exponentes máximos de una época donde la comunicación escrita es tan prolífica.

El agotamiento de la generación de los 80, introduce una quiebra de la mayor parte de estos proyectos. Para finales de los 80 sólo podemos hablar de una continuidad con una periodicidad relativa del Resiste. Es en este momento donde surgen tres experiencias escritas y visuales que trascienden los parámetros de la difusión contrainformativa, para adentrarse en los canales mixtos de un funcionamiento comercial y alternativo (en cuanto a distribución, talante profesional, contenidos...), nos referimos al periódico musical EL Tubo y las revistas de cómics TMEO y Napartheid. De cara a los 90, la primera supondrá una continuidad del panorama reflejado en los 80 por Muskaria y expondrá los parámetros de la nueva escena musical; la segunda, recogerá la estabilización de los máximos exponentes del cómics, que evolucionan desde su surgimiento interactivo con otras “movidas” culturales alternativas de Gasteiz; y la tercera se constituirá como la expresión de este medio gráfico en euskera.

El panorama de la comunicación alternativa escrita ha experimentado una notable evolución, la nueva generación que se incorpora cuenta con más medios informáticos para producir materiales de calidad y con un mayor comocimiento de las formas estéticas y lenguajes. El nivel se ha incrementado notablemente y, de la hoja fotocopiada y montada manualmente, se pasa a una composición de calidad. Además también surgen numerosos fanzines con la nueva generación y expresan los contenidos de la misma. Trashers, harcoretas, punks, Brigadas Negu Gorriak, okupas, comiqueros, boletines contrainformativos como Ezztanda, Boltxebike o Autodefensa, zines musicales, de arte y creación, ecologistas, insumisos, feministas... vuelven a inundar fanzinerosamente la comunicación alternativa. La diferencia con la década anterior no la marca tanto la cantidad en la proliferación de experiencias, aunque en los últimos meses parecen ser legión, como el incremento de la calidad de las mismas y la mejora en la estabilidad de la distribución alternativa que han superado sus inicios individualizados, en los que cada cual daba salida a su producto, para construir redes de difusión estables (DDT, Beti Erne...).

Otra forma de comunicación es la musical. En Euskal Herria los estilos asociados al R&R no hacen su introducción hasta finalizados los 70 y sólo con el punk, y el desarrollo del Rock Radical Vasco, toma auge este proceso comunicativo. Tenemos que la primera cifra de relieve la da la revista Muskaria, en una entrevista realizada a Marino Goñi del sello Nafarrock al que se le pregunta sobre el R.R.V.:

“La denominación vino a raíz del concierto anti-OTAN de Tudela en donde por primera vez se congregaron en un mismo festival: Barricada, La Polla Records, RIP, Basura, Eskorbuto, Zarama y Hertzainak. (...) Estos grupos que fueron a Tudela digamos que son la punta de lanza de un moviiento de cerca de 100 grupos que están perulando por Euskadi y son radicales también” 22 .

Pero los 100 grupos del 83, en los 90 se convierten en más de mil, con riesgo de quedarnos cortos. En paralelo crece todo un sector que ha nacido con la ocupación de gaztetxes y con el desarrollo de un entramado industrial musical: estudios de grabación (Elkar, Lorentzo Records, Tsunami, Revolution Rock, Paco Flores...), técnicos de luz y sonido, sellos discográficos independientes (Esan Ozenki, Gor, Oihuka, Radiaton Records...), además de una serie de potentes incursiones en la distribución y autoproducción alternativa como las que ejerce la DDT.

La evolución desde el “cualquiera puede hacerlo” -perspectiva que abre la socialización igualitaria de la potencialidad particular y construye un entramado colectivo para ejercerla-, desde el todo el mundo puede ser un músico, es más que significativa. Ahora los elementos que se incorporan al entramado musical cuentan con una historia, una infraestructura, y una posibilidad de rodaje previo, además de una preparación básica musical y técnica. El volumen y el nivel de las producciones en 10 años a alcanzado cotas que sitúan a Euskal Herria entre las vanguardias musicales mundiales (claro que detrás de estados como USA, Gran Bretaña, Irlanda, Australia y Alemania de gran tradición rockera).

Los conciertos también han modificado sus formas y de los que se realizaban sin condiciones técnicas y sonoras a principios de los 80, con el púbico y los músicos entremezclados en un pogo salvaje, pasamos -en su tendencia a la espectacularidad- al requerimiento de un mínimo de condiciones para que se puedan celebrar, incluso los gaztetxes cuentan con equipos de luces y sonido dignos y propios.

El no reconocimiento oficial de este sector, se debe a la impermeabilización de las instituciones que siguen considerando al rock como música contestataria. Su creciente pero residual intervención, se circunscribe a la promoción de ciertos concursos que adquieren renombre dada la calidad y la cantidad de participantes (Villa de Bilbao, Euskadi Gaztea de Maketas, Muestra Rock de Navarra...). La apuesta de promoción de las emisoras públicas y privadas se ciñe a lo puramente comercial y multinacional, pero el empuje de las nuevas tendencias y el fraccionamiento cada vez mayor de los gustos musicales en la juventud obliga a estos medios a contar con espacios específicos sobre la música independiente, dura y radical. Las mismas transnacionales del disco conocen esta tendencia y se están dedicando a diversificar sus redes de captación de grupos. En Euskal Herria pocos son los grupos que participan de alguna línea multinacional, pero existen (Barricada, Inquilino Comunista, 21 Japonesas...). Casos especiales suponen los de Negu Gorriak y grupos como S.A, que participan de líneas alternativas internacionales y mantienen relación con bandas e infraestructuras interconectadas y cada vez de mayor peso 23 .

Los 90 han incidido muy negativamente en el serctor discográfico y musical. Un sector industrial débil que, al ser productor de artículos de consumo secundario y de ocio, al estar fraccionado, ser muy independiente y estar penetrado por grandes dosis de autoproducción, se resiente directamente de la remisión del consumo musical.

Los contenidos de los temas siguen siendo críticos, aunque en los noventa penetran temáticas más vivenciales. La línea de profundización continúa con la denuncia genérica del sistema y sus formas de concreción: militar, desarrollista, policial, política, corrupción... Los matices incorporan letras dedicadas a la Hertzaintza, a la crueldad con los animales, al machismo, sin olvidarnos de la reproducción de himnos y de los temas más sentimentales y cotidianos que en la anterior generación (en la cual se desterraban de la fachada). Ahora se otorga, dada la mayor cualificación instrumental y compositiva, mayor importancia a la ejecución y la creación instrumental. El apoyo y la interacción de las bandas con experiencias alternativas (insumisión, antirrepresión, ecología, antirracismo...) sigue siendo una constante, que en momentos concretos es capaz de alcanzar dimensiones espectaculares, como en los casos organizados por Jarrai en su quinceavo aniversario, los del Insumisoaren Eguna de Oiartzun o los del concierto dado por Mano Negra para apoyar a las Txoznas de Gasteiz.

En los 80 existían ya todos los estilos musicales y cada zona tenía sus particularidades, pero el carácter masivo de la época lo imponía el punk. En los 90 lo que se va a dar es la eclosión multidimensional de estilos y la introducción de las nuevas formas en voga de hacer rock. El euskera se va a difundir entre la música metálica (Su Ta gar, E.H. Sukarra...), el Hard Core (Bap, Etsaiak), el rap (Negu Gorriak, Ipar Raperoak...) y las nuevas tendencias de noise pop y grunge. Pero el inglés también comienza a practicarse entre bandas que incorporan novedosos sonidos de pop duro. Lo que va a marcar el momento es la superposición de todos los estilos sobre el punk, agotando al mismo en un mestizaje recombinador de sonidos. El punk se metaliza o viceversa (HC, trashcore, trashmetal...), el pop se punkarriza (noise pop, grupge), se incorporan sonidos de los 60 y 70, se introducen sonidos étnicos... Una nueva combinatoria musical anticipa sones originales en la mezcla sintética de estilos que se superponen sobre el punk; lo cual no quiere decir que no vuelvan a resurgir los purísmos estilísticos (blues, pop jazz, folk, heavy, reggae...).

Algo similar ocurre con la estética juvenil. En los 80 las tribus marcaban sus distancias mediante la adopción de look particulares, en los cuales la identidad particular no era subcionada por la pertenencia al grupo. Hacían su aparición los punks, los skins, los jevis, los rastas, los rockabillys, los mods, los popis... A finales de los 80 se incorporaban las estéticas okupa, rap, trash, skaters, surfer, sixtie... Pero en los 90 lo que se produce es una recombinación de los estilos e indumentarias. La precisón del look y la distancia que establece se reduce en la nueva generación, ahora se entremezclan elementos duros (punks, heavys y trashers) con otros pop, folkis, hippies o rastas...

La generación de los noventa busca un nuevo estilo, pero en su vestimenta reproduce más que nunca las diferencias de adscripción de clase y su antagonismo, nunca como ahora la estética ha seccionado a los estratos sociales, nunca como en este momento los estilos formales en voga marcan tanta distancia entre los grupos que asimilan las convenciones sociales y sus valores de logro y los sectores que adoptan estéticamente formas de disidencia particular y grupal con el sistema.

Los ya viejos movimientos sociales, surgidos en los 70, mantienen su continuidad en la más reciente actualidad, sólo que sus expresiones y sus centros de interés concreto se adecuan al momento particular, sin por ello perder la visión global de un mundo diferente. Nos referimos en particular al antimilitarismo, al feminismo y al ecologismo.

Los 90 se han caracterizado por la extensión de la insumisión la difusión social de su aceptación, la implantación de la objeción de conciencia y el fracaso de los planes sistémicos de impulsar la PSS y desarticular el movimiento, en base a la represión selectiva que encuentra sus polos de incidencia en la suavidad de su aplicación en la C.A.V. y en la dureza de su imposición en Nafarroa; sin olvidar el surgimiento de la objeción y la insumisión en Iparralde con grupos como MAIA, proceso que corre en paralelo al desarrollo de los gaztetxes, la música y el avance nacionalista y antiautoritario en los herrialdes del norte.

Si en 1989 conseguíamos cifrar los niveles de objeción en un 12,5%, vemos que en los balances de los dos años posteriores la tendencia se incrementa notablemente (30% en 1990, 40% en 1992 y 60% en 1994), manteniéndose desde 1992 en cotas que rondan en su tendencia a la alta la mitad de la población llamada a filas, con el consiguiente incremento en el número de desobedientes. La difusión del movimiento antimilitarista cuenta además con su aceptación popular y partidista, sobre todo en lo referido a sectores nacionalistas, dinámica que está forzando al sistema a retomar el tema en base a la despenalización de la insumisión y la incorporación de supuestos de faltas administrativas, aunque de momento el primer paso ha sido el de endurecer las condiciones de reclusión -dada la presión fáctica de los sectores que ven en el antimilitarismo una práctica subversiva de descrédito para la institución militar y debido de la denuncia de las condiciones degradantes carcelarias que efectúan los insumisos presos- y asimilarla en su tratamiento de algunos supuestos con casos de disidencia política armada.

Otros movimientos como el ecologista y el feminista siguen un proceso dual. Por un lado, vemos la aceptación social de muchos de los supuestos que han desarrollado, la asimilación institucional de parte de sus discursos y las medidas anecdóticas que los refejen. Pero por otro, también observamos el tratamiento esquizofrénico que de estas cuestiones hacen los poderes mediáticos. La reivindicación formal de un mundo más ecológico e igual entre los sexos, choca frontalmente con la reproducción de estereotipos sexistas y antiecológicos que penetran en los sectores sociales más desideologizados y susceptibles de embrutecerse. La objetualización de las mujeres, la difusión exagerada de corridas de toros, la atenuación de las macrocatástrofes ecológicas y sobre todo la descontextualización de estas problemáticas, actúan de parapeto para la difusión de una conciencia ecológica y antisexista que en teoría se dice asumir social y políticamente (la misma dinámica esquizoide se reproducirá en temas como el de la droga, el del racismo y el de la ayuda a los países de los mundos inferiores).

El momento actual viene marcado por un relativo impás en las luchas antisexistas, en concreto por la desarticulación del movimiento feminista ante las nuevas espectativas concretas que daba la administración y también debido al influjo pernicioso de los media que en estas cuestiones tienden a reproducir los valores más arcaicos y recalcitrantes, impregnando con sus contenidos objetuales y de desarrollismo salvaje a amplios sectores sociales desideologizados. Sólo los grupos con un mayor índice de conciencia social, que normalmente se corresponden con determinadas profesiones y talantes de corte liberal y con los sectores más o menos radicales de izquierda, tienen en cuenta en mayor o menor medida la profundización en una sociedad no sexista y ecológica, introducciendo en sus dinámicas concretas estos presupuestos.

En el prisma de la ecología, tras el conflicto de la autovía, se está produciendo el contencioso en torno al pantano de Itoiz, también se está cuestionando a distintos niveles la crueldad con los animales (protestas pacíficas que incluso han sido reprimidas con inusitada violencia como en el caso de la protesta ante la plaza de toros de Sopelana) y los planes infraestructurales y agresivos concretos, como los de los puertos deportivos, las autovías y el Tren de Alta Velocidad.

Lo que en definitiva ponen en juego los movimientos sociales son dos cosmovisiones: la del poder y la que tiende a la limitación y ausencia del mismo. Una sociedad clasista, sexista, desarrollista, consumista o la profundización en los valores de una armonía constituyente en régimen de igualdad con la naturaleza, el sexo contrario... en definitiva, con lo otro aparentemente distinto y materialmente similar.

El carácter del nuevo sujeto, el proletario social nacido con el 68 y desarrollado en las décadas posteriores, está inmerso de lleno en las prácticas de los movimientos que inciden en la actual Euskal Herria. Uno de sus rasgos más sobresalientes e innovadores lo imprimen sus formas organizativas.

Hemos visto cómo el cuestionamiento de la vanguardia leninista es una constante que llega a su disolución real con la pérdida de los referentes del socialismo real y el socialdemócrata. Los 90 han agotado la existencia de los bloques y han quebrado la refrencialidad del Este, como supuesto marco internacional opuesto al capitalismo. Las vanguardias izquierdistas pierden su último sentido de dictadura ficticia del proletariado en su transición a una sociedad sin clases. La reproducción de este esquema de dirección estrátegica de la praxis de los movimientos de lo social se vuelve imposible, dado que la autonomía de las dinámicas concretas de los movimientos sólo puede realizarse cotidianamente, sin aplazamientos tácticos que los identifiquen con el poder. La socialdemocracia en su transición perpetua hacia ninguna parte, en su planteamiento no conclusivo del modelo en el que nace, también es una derivación pervertida del leninismo por su aplazamiento permanente -reformista- de la revolución en lo inmediato, en lo cotidiano. Ambas formas de organización evidencian maneras mediadoras de lo social, que interfieren sobre las prácticas de base vaciándolas de significado y que chocan frontalmente con la energética de las formas autoorganizativas directas propias de los nuevos movimientos. El fracaso del Este y la quiebra del reformismo, han terminado con los mitos de las vanguardias que conducirían escalonadamente a la transformación futura del mundo; pero donde verdaderamente fracasó el dirigismo, es en las prácticas de los nuevos movimientos que se negaron a su reconocimiento y renunciaron desde lo cotidiano al aplazamiento de su propia revolución permanente.

La quiebra de la vanguardia y la persistencia de las formas autoorganizativas de democracia directa plantean una interrogante: ¿Cómo se resuelve en la práctica la contradicción entre acumulación de fuerzas y la existencia de un sujeto múltiple?

Durante los últimos años hemos constatado el surgimiento de un sujeto antagonista heterogéneo, diverso y multiple. Una serie de líneas transformadoras, aparentemente diversas, que tienen en común formas horizontales de relación, no jerárquicas, que se extienden en su actuación concentrada, local y que en sus actuaciones cotidianas portan los valores globales de una nueva sociedad. Pero la existencia de esta heterogeneidad no impide que no se den momentos acumulativos de potencia social, lugares políticos de transformación concreta donde interactúan distintos grupos y movimientos. La acumulación de fuerzas en enfrentamientos parciales contra determinados proyectos sistémicos, hace que la superación del instante se convierta en anticipación de nuevos momentos creativos. La acumulativa cuenta con una definición de mínimos, que se deben cubrir para superar el instante, sobre los cuales interactúan prácticas anticipadoras en su praxis cotidiana de nuevos estadios de socialidad, que dotan al grueso de la concentración de potencia de una perspectiva global, en base a ampliaciones de su propia consciencia. La nueva organización transformadora no elude la multiplicidad que la conforma, utiliza su propia acumulación autoorganizativa concreta para expandir ampliadamente su reproducción hacia el futuro. Nos encontramos ante una definición positiva de la potencia, que trasciende la negatividad de la resistencia para adentrarse en un proyecto constituyente de futuro. Pasamos del no, de la negación, de la crítica, al sí de la afirmación constituyente. Nos trasladamos desde un movimiento implosivo donde cada foco se funde en su propia transformación, a un movimiento múltiple, diverso, en forma de red, que permite concentraciones energéticas acumulativas de potencia, en base a mínimos comunes, que anticipan nuevos estadios prácticos de socialidad, en una situación global que se torna cada vez más profundamente antagónica en el distanciamiento entre Norte/ Sur y Centro/Periferia.

Una nueva ideología penetra en los procesos transformadores. Su forma es difusa en cuanto a estructuración teórica, pero se vuelve concreta en su definición práctica. Los viejos “ísmos” (troskismo, maoísmo, leninismo, anarquísmo...) pasan a mejor vida. La característica que la determina es el “actuar localmente y pensar globalmente”. Se intenta que la acción individual y colectiva no esté seccionada de una cotidianeidad, operando en su transformación permanente. Esta mentalidad antagonista no entiende de momentos dialécticos y aplazamientos tácticos (lo cual no quiere decir que los movimientos no ejerciten pásos tácticos concretos), de ahí que sus formas organizativas sean horizontales y directas, ya que de lo que se trata, en definitiva, es del desarrollo de una praxis en términos de relaciones entre iguales que modifiquen los valores del poder -hegémonicos en su aceptación poblacional- por maneras innovadoras y liberadas de entender la vida. La cuestión es construir materialmente una nueva sociedad que ejerza, desde el interior de la estructura de desigualdades constituidas, una potencia constituyente portadora de formas valorativas innovadoras.

Una nueva forma de entender las maneras transformadoras hace su aparición, una simbiosis donde los términos de libertad e igualdad son inseparables en su resolución práctica. La dinámica apropiativa de la expresión, del espacio y del tiempo, por parte de los movimientos de los social, se pretende en términos de igualdad. La dinámica expansiva de los límites temporales, espaciales y expresivos, de interacción social y subjetiva, se pretende en términos de libertad. Se trata de satisfacer las necesidades expresivas y espaciales, grupales e individuales, de una forma no jerarquizada y abierta. La solidaridad es el nexo que unifica los polos de libertad e igualdad, es el elemento que recompone formas de autolimitación en el máximo de apertura de las posibilidades, es el camino hacia niveles elevados de autoconsciencia y autoorganización. Es una novedosa manera ideológica que reubica sus componentes libertarios de extensión ideal de forma simbiótica con la dinámica apropiativa material. La máxima del ideal revolucionario burgués -igualdad, libertad y fraternidad- desciende a los infiernos, a la materialidad apropiativa de las nuevas relaciones cooperantes en libertad. Las nuevas generaciones activistas desarrollan una praxis directa, libertaria y apropiativa. No es un pensamiento abstracto, es una teoría práctica para adaptar la cultura libertaria, ejercitada por lo movimientos sociales, a las formas apropiativas -de contrapoder material- de la expresión, del espacio y del tiempo social liberados de su enajenación.

En este proceso la cuestión comunitaria vasca actúa como elemento redimensionalizador del antiautoritarismo y de su plasmación en maneras horizontales de relación. Históricamente la lectura que se efectúa desde lo comunitario -lo nacional- está determinada por las imposiciones que sufre desde dos estados que niegan tanto su esencialidad como su desarrollo autónomo de pueblo. Estas manera de percibir las relaciones de dominio sobre la propia comunidad, hace que en el interior de la misma se permanentice una cultura antiimpositiva (antiimperalista), que en su extensión práctica e histórica es permeable a la asunción de formas que supongan la liberación de todos los aspectos de la vida social y comunitaria. La permanencia de la reivindicación autodeterminativa, la persistencia histórica de la oposición a lo militar (no hay que olvidar que actualmente E.H. es el país que cuenta con una mayor proporción de insumisos de todo el mundo), el rechazo a la OTAN, a Lemoiz, a proyectos infraestructurales agresivos para la tierra y otros muchos ejemplos, constatables incluso estadísticamente, nos dan la muestra de la mayor asunción de aspectos liberadores en nuestra comunidad comparada con el resto del Estado y de la mayor parte de Occidente. La única explicación posible es la que llega desde la asunción de lo comunitario como espacio reprimido y que en su práctica liberadora amplia sus horizontes hacia la esfera de las distintas relaciones de poder 24 .

Estas dinámicas sociales también tienen su plasmación en el marco de las relaciones legales. Aquí tratarán, por tanto, de transformar las relaciones existentes ante los derechos (civiles, sociales y comunitarios), enfrentándose por un lado a la conculcación de los mismos y, por otro, ampliar las regulaciones desde su anticipación dinámica y práctica en los espacios y tiempos reapropiados socialmente. Desde aquí se deben leer tanto la profundización en los derechos del pueblo vasco a su existencia particular, como la apropiación del tiempo social y la mejora de las condiciones sociales mediante el rechazo del trabajo enajenate, la igualdad de todos los ciudadanos a una existencia digna en equidad de oportunidades, las disposiciones al libre uso del cuerpo, la protección de la tierra, las mermas de la impunidad militar, etc.

Esta línea de actuación conjuga la defensa de ciertos derechos mínimos, constituidos en determinados estadios de la forma social capitalista y centralista -que obedecen a las regulaciones establecidas por las potencias populares- y que en momentos de contraofensiva del poder se hallan en peligro de desaparición, con la creación -en los espacios y tiempos liberados- de nuevas relaciones constitutivas más adecuadas a los procesos emancipadores. La línea de formalización a la que tiende el momento actual democrático, camina hacia la autoritarización restrictiva del marco legal de libertades; por lo tanto, la respuesta que obtendrá desde los movimientos emancipadores de lo social será la negativa a la aceptación de esta dinámica y la ampliación de los supuestos reguladores desde su propia práctica transgresiva constituyente. El ejemplo del antimilitarismo, entre otros muchos, puede ilustrar cómo determinadas prácticas en su extensión social pueden modificar los presupuestos de una ley que se pretende inalterable. En pocos años se ha pasado de la inexistencia del reconocimiento de la objeción de conciencia, a la existencia de una ley aplicada de manera ilegal y arbitraria -dada la potencia de la insumisión-, al anuncio de la despenalización de la insumisión y a su cambio por sanciones administrativas.

Los datos sociales son tozudos e incluso las estadísticas nos dan una aproximación relativizante de la magnitud que se pretende otorgar a la problemática que subyace al concepto funcional -sociológico y mediático- de normalización. La mayor parte de los estudios sociológicos de los ocho últimos años intentan demostrar que la juventud, catalogada a priori como un potencial agente desestabilizador que nutre el componente mayoritario de los movimientos alternativos y disidentes, asume en su inmensa mayoría los valores sociales vigentes y que no supone en ninguna medida un riesgo, siempre que se mantenga una actitud vigilante sobre la misma. Veamos qué se preguntaba el estudio sociológico “Juventud vasca 1986”:

“¿Hasta qué punto el País Vasco es un potencial volcán de             violencia? ¿Hasta qué punto los jóvenes vascos tienen una disposición aptitudinal para un día echar todo al aire y       manifestar violentamente su descontento, rabia, frustración, etc? ¿Cuáles serían los factores, cuáles serían las situaciones que podrían llevar a los jóvenes a salir a la calle violentamente? ¿Cuántos serían estos jóvenes? ¿Qué composición sociológica tendrían?” 25

Ya a mediados de los 80 la gran pretensión reside en presentar a un hipotético sujeto de futuro como moderado en sus formas y reformista en sus prácticas y se nos señalaba que sólo el 12,6% de la población juvenil entrevistada era proclive a estar de acuerdo con la acción revolucionaria 26 . En la juventud de los 90, calificada como “postmaterialista”, el esquema se vuelve a repetir: los jóvenes son tolerantes, moderados y reformistas. Encontrándonos en el estudio de los “Jóvenes vascos 1990”, la cifra de un 28% de los sujetos encuestados que indica la justificación de la violencia política en ciertas circunstancias; un dato que pasará en el informe de 1994, “El proceso de socialización en los/las jóvenes de Euskadi” (salvando las distancias metodológicas y las formas de obtención de datos que relativizan la cuestión cuantitativa pero no la cualitativa de persistencia/reproducción de fenómenos), a detectarse como un 32,1% que acepta la violencia política, siendo un 34,3% los que afirman decantarse, en este último estudio, por el acuerdo con el cambio revolucionario 27 .

Si nos atenemos a estos datos nos surge una pregunta inmediata (reiterando nuestra relativización de la comparación metodológica, cuantitativa y de las distintas formulaciones), qué ha pasado desde mitad de los 80 -periodo de gran agitación y efervescencia de las prácticas sociales y juveniles disidentes- hasta nuestra más reciente actualidad, para que aquel 12,6% de sujetos que en 1986 declaraban ser propensos a estar de acuerdo con la acción revolucionaria, se conviertan en 1994, con la nueva generación de los noventa, en un 34,3% que están de acuerdo con el cambio revolucionario. Está claro que no es lo mismo actuar que sentir la necesidad de una transformación radical de la sociedad, pero eso no deja de evidenciar el malestar existente con la forma social vigente, máxime cuando en 1994 los jóvenes nos están diciendo que esto tiene que cambiar aunque sea de manera reformista.

Una de nuestra hipótesis de trabajo se está confirmando, el antagonismo social comienza a ser un hecho y a estar reflejado de manera cada vez más manifiesta en los datos que aportan los jóvenes, la sociedad del futuro. Si anteriormente aludíamos al voto joven como reflejo indirecto de la disociación progresiva de la juventud en dos polos sociales, atendamos a estos datos de 1994: Un 95,5% de los jóvenes entrevistados afirman desear participar en la lucha por el cambio social si fuera posible, pero formuladas tres preguntas sobre el tema estas son las respuestas: se contestará de manera reformista en un 88,3% de los casos que se “debe mejorar poco a poco a través de acciones programadas”, un 34,3% dirá que se “debe cambiar radicalmente a través de una acción revolucionaria”, y un 46,7% responderá afirmativamente que esta sociedad (se supone que como modelo democrático de lo menos malo) “debe ser defendida contra todas las fuerzas subversivas” 28 . La lectura que se hace en el informe es que:

“La mayoría de los jóvenes están de acuerdo con posiciones reformistas, pero esto no excluye que algunos de ellos pudieran adoptar, en determinadas circunstancias, posturas revolucionarias, y que otros jóvenes -por cierto, más numerosos que los que adoptarían posturas revolucionarias- pudieran adoptar, en determinadas circunstancias, posturas reaccionaras” 29 .

Nuestro anáisis, sin embargo, introduce matices de pequeño calibre a esta interpretación. Si bien es cierto que una mayoría social juvenil opta por posturas de reforma, susceptibles de fluctuar en sus extremos entre la reacción y la revolución, no es cierto que se pueda asociar directamente el mantenimiento a ultranza de un determinado modelo social democrático con posturas derivables reaccionarias; máxime cuando la referencia de lo menos malo existente (lo “democrático” reinterpretado política y mediáticamente como referencia única) se contrapone simbólicamente a un imaginario de posibilidades totalitarias (reconocidas en su existencia pasada de socialismo de estado o dictadura fascista) o ficticias de transformación fáctica por la fuerza hacia un no se sabe qué. Como tampoco es cierto que pueda asociarse la defensa del marco político concreto existente con la identificación de una mayor presencia de una postura reaccionaria, en oposición a lo que sería comparativamente una minoría revolucionaria. A esto habría que añadir, como datos clarificadores, los autoposicionamientos en las escalas derecha izquierda, nacionalista / españolista, como posturas que evidencian un sentimiento mayoritario de autoconsideración de izquierdas y vasco en la juventud 30 . La constatación de estas posiciones conlleva una carga valorativa difícil de ser reasumida en la reacción, lo cual no implica que, dada la emergente y cada vez mayor polarización social, esta tendencia y su opuesta reconstruyan panorámicas antagónicas.

Hecha estas apreciaciones cargadas de matices sobre la lectura de mayorías y minorías revolucionarias o reaccionarias en la juventud actual, y sin ánimo de cuestionar los datos sino de introducir nuevos elementos al debate sociológico, lo que sí nos parece reseñable es la evidenciación de dos extremos juveniles que empiezan a constituir formas antagónicas de relaciones sociales y de maneras de entender la vida. Las condiciones sociales de existencia, la pauperización progresiva de la sociedad y el efecto que tiene la misma sobre sectores importantes de la juventud, unido a los sentimientos de pertenencia a una comunidad que se considera diferente, hacen que estemos sentados sobre un polvorín de polarización social. La crisis impone el fin del reformismo y con él la recomposición objetiva del antagonismo social al restituirse las distancias de clase, evidenciándose en Euskal Herria un panorama que puntea simbólicamente sobre un conflicto social y una problemática nacional no resuelta. Desde aquí es desde donde se debe leer la autoritarización de la democracia, su decantamiento por el control y la reproducción espectacular de mismo. Europa no está tan lejos y los matices que incorpora al análisis su reproducción política, evidencian también una restauración de sus componentes duales.

El ajuste reformista de mejora de las condiciones sociales, fruto de la contestación proletaria, ha pasado a mejor vida. Los costes que acarrea al incremento ampliado de los capitales, inmersos en una dinámica de competición mundializada y mercados limitados, hacen imprescindible la aplicación de medidas reestructuradoras y flexibilizadoras. La forma que adopta la integración política de lo económico para diseñar la nueva dinámica social, es la del control espectacular. Uno de los rasgos que presenta esta forma de control es la de la universalización de la figura delincuencial, además de la homogeneización de la disidencia político-social bajo este epígrafe.

En la Euskal Herria actual la actuación disuasoria sobre ciertas experiencias sociales se patentiza en procedimientos como son los desalojos de gaztetxes, la dispersión de insumisos, la informatización de todos los datos poblacionales y su centralización policíal, la contundencia en la represión y disolución de cualquier tipo de manifestación (obrera, estudiantil, insumisa, vecinal...), el control del espacio urbano con videos, la intervención policíal por anticipación al acontecimiento (como en el caso de los okupas de Ondarroa), la previsión de la construcción de un mayor oferta de plazas carcelarias, la vigilancia de los espacios de ocio espectacular, la concentración de poderes (justicia e interior) que quiebran los principios burgueses de división de los mismos y la superposición de tramas secretas de poder.

Todas estas medidas se justifican bajo la coartada de una mayor eficacia contraterroristadelincuencial, en un instante que oficial y aparentemente se descarta cualquier proceso negociador con respecto a una práctica armada que en los noventa supera su dimensión militar para adentrarse en una combinatoria con lo simbólico y lo político (no olvidemos tampoco que el tema del narcotráfico está sujeto a los mismos parámetros de intervención, aunque la realidad concreta que produce sea la de marginalizar aún más la cárcel y no la de resolver el problema), pero que en realidad evidencian la implantación formas autoritarias de control y la restricción del marco democrático de relaciones (leyes antiterroristas, Ley Corcuera, tendencia a la rigidificación de los marcos legales europeos en su ampliación de supuestos criminalizantes: por ejemplo el intento de puesta en marcha de la Criminal Justice Bill y sus disposiciones concretas de represión de fenómenos como el vagabundismo, la homosexuaidad, la okupación, las fiestas populares de calle..., con su paso de la excepcionalidad que pretenden cortocircuitar al régimen ordinario de relaciones legales).

Nos tememos que el objeto último de esta intervención sostenida, -bajo la coartada de la represión de la “delincencia”- y reproducida espectacularmente, no es más que una cortina de humo que, manteniendo las apariencias del sostenimiento del entramado democrático, oculta las verdaderas dimensiones de un proyecto reinstaurador de niveles ampliados de la distancia social y el control político de cualquier forma de disidencia. Entramos en la era del espectáculo integrado donde la renovación tecnólogica es una constate que incide en la permanentización de la crisis; donde es imposible contrastar la información unidireccional de los medios reproductores de los valores sistémicos y donde su parcialidad no tiene réplica; donde las relaciones directas, de calle, y los espacios comunes interactivos se diluyen ante la expansión de un modelo de privatización que circuscribe las comunicaciones al ámbitio de lo particular mediatizado, proceso que es ayudado desde el poder político y mediático en la difusión de estereotipos de inseguridad ciudadana y en el recorte directo que las actuaciones policiales introducen sobre los espacios de interrelación (cierre de bares, control policial de zonas de concentración juvenil...); un universo sin historia, donde el contexto es vaciado de la significación de su proceso y nos es presentado como una actualidad permanente, sin otro sentido que el que otorga el dato puro de la imagen y las consignas en forma de slogan publicitario, como reductoras de una información dirigida.

Este proceso nos introduce en la esfera de la contradicción comunicativa existente entre un supuesto sujeto emergente, que desarrolla redes de interacción de base que profundizan prácticamente en una democracia material, y la unilateralidad informativa reproductiva de una forma política, garante de las distancias sociales, en su tendencia a la autoritarización y formalización restrictiva de la democracia. Un nuevo sujeto multiple que, en su antagonismo a la forma social imperante, abre espacios directos de libertad en los cuales priman las relaciones solidarias de cooperación y desarrollo entre iguales de un conocimiento social e históricamente acumulado. La reprodución de los movientos sociales y juveniles de Euskal Herria en la década de los 90, en su adecuación particular a una situación concreta y en su anticipación de nuevas formas sociales, evidencia el resurgimiento de una trama multiple y antagonista, enfrentada a la nueva polarización social y comunitaria resultante del proceso informativo-reestructurador puesto en marcha desde los mecanismos de reproducción del poder.


20 A este respecto ver mi artículo <<La tela de la tarántula>>, El Tubo, Nº 55, , junio 1994, pp. 8-9. En el que en una entrevista que realizada a Barricada, los componentes de este grupo de música explican las razones de su apoyo al gaztetxe de Gasteiz y la colaboración con el cineasta J. Bajo Ulloa en la confección de un video musical en este espacio. Sobre esta misma cuestión constatar la existencia de una plataforma de profesionales (Copigas) que apoyan al gaztetxe de Gasteiz y el encargo de encuesta que realizan para conocer las opiniones de los jóvene y los vecinos del Casco viejo sobre este problema a C. Manzanos, Opiniones y posturas acerca del gaztetxe , Gasteiz , noviembre 1993. La opinión de los vecinos sobre la decisión del Ayuntamiento de cerrar el gaztetxe es la siguiente: No a al cierre 86,3%, sí al cierre 7,2%. La valoración de los vecionos sobre el gaztetxe es que es positivo para la juventud 68% y negativo 13,4%. En el caso de la juventud que frecuenta el Casco viejo el no al cierre es de un 90,7% y el sí al cierre de 5,5%, sobre el papel que cumple el gaztetxe dicen que es positivo para la juventud un 79,7% y negativo un 11,9%; y sobre la valoración de la importancoa que tiene la autogestión de un centro de juventud por parte de los usuarios, se posicionan un 75,8% por la elección de un centro autogestionado y un 12,9% por la gestión municipal.

21 F. Engels, <<Contribución al problema de la vivienda>>, en C. Marx F. Engels: Obras escogidas , Tomo II, Moscú, Progreso, 1979, p. 374.

22 Roge, <<Nafarrock en apoyo al Rock Radical Vasco>>, en Muskaria, nº 19, noviembre 1983, p. 13.

23 Para hacernos una idea de las dimensiones de la red musical alternativa y a la interacción de grupos independientes y de vanguardia, nos remitimos a mi artículo <<Negu Gorriak: Por un frente popular rockero>>, El Tubo, Nº 57, septiembre 1994, pp.10-11.

24 La hipótesis de trabajo que indica que desde la cuestión nacional reprimida, como es el caso de la vasca, se desarrolla un antiautoritarismo en el sentido de tendencia global positiva y liberadora, se adopta en el libro Anarkherria. J. Pascual, M. Legasse, Anarkherria , Ed. Txertoa, San Sebastián, Txertoa, 1986. La interpretación en negativo, como problema, no como como cuestión de respuesta comunitaria que amplia los horizontes sociales y existenciales de un pueblo sino que mantiene el conflicto, se aporta desde la hipótesis del isomorfismo que indica que «los valores del grupo dominante (democracia, respecto a la opinión ajena, respecto a la vida, al diálogo...) no pueden ser asumidos por el grupo denominado porque significaría la aceptación de las actuales relaciones de poder». Lo que supondrá «que al mantener la lucha del pueblo vasco contra el poder dominante se potencia también la lucha contra el poder establecido en todos los demás planos». J. Elzo y otros, Juventud vasca 1986 : Informe sociológico sobre comportamientos, actitudes y valores de la juventud vasca actual, Bilbao, Gob. Vasco (Dep. Cultura y Turísmo, Direc. Juventud y acción comunitaria, 1987, p. 244.

25 J. Elzo, op. cit., p. 438.

26 Ibíd., p. 413. Otros datos de interés, a diferentes niveles, que permiten profundizar en el sentido de cuestionamiento del orden establecido por parte de un amplio sector juvenil, son los siguientes: En la «Juventud vasca 1986» un 36% justificaba el «terrorismo» (concepto cargado de connotacciones valorativas sistémicas) en determinadas circunstancias. El 75% declaraban que el «proteger la libertad de expresión» era uno de los objetivos fundamentales. El 70% reclamaban «mayor poder de decis»ón para la gente». Un 23% consideraban que era un objetivo prioritario «mantener el orden" y tan sólo el 29% pensaban que la policía era honesta. En este mismo informe se reflejaba un descrédito amplísimo de las instituciones, sobre todo de las coercitivas, cuestión que se reproducía en 1989, en el estudio «Objetores insumisos». En 1994 los «objetivos políticos más importantes del gobierno» (sobre una escala de entre +2 +1 -1 -2) son primero el «luchar contra la subida de precios» (1,623) evidenciándose el gran peso que ejerce la crisis y la merma de espectativas que esta conlleva, «dar a la gente más voz en las decisiones del Gobierno» que obtiene una puntuación de 1,514 en un sentido de profundización democrática material, «proteger la libertad de expresión» (1,200) y por último «mantener el orden» (1.046). S. Ayestaran y otros, El proceso de socialización en los/las jóvenes de Euskadi: Jóvenes vascos 1994 , Vitoria-Gasteiz, Servicio Central de publicaciones del Gobierno Vasco, 1994.

27 S. Ayestaran y otros, op. cit., pp. 211-212.

28 Ibíd., pp. 170-171.

29 Ibíd., p. 171.

30 Para ilustrar estas apreciaciones nos remitimos a los datos aportados por los informes de Deiker- Universidad de Deusto, dirigidos por J. Elzo: Juventud vasca 1986, op., cit. y Jóvenes vascos 1990; donde se nos confirma la tendencia mayoritaria de la juventud hacia un sentimiento vasco de pertenencia a un territorio concreto. En 1986 se sienten únicamente vascos el 41,9% de los jóvenes, más vascos que españoles el 21,2%, tanto lo uno como lo otro 25,4%, más españoles 1,9% y sólo españoles 6%. En 1990 los datos son similares con una ligerísima tendencia vasquizante: únicamente vascos 42,5%, más vascos que españoles, 22,5%, tanto lo uno como lo otro, 22,5%, més españoles 1,7% y sólo españoles 6,5%. En cuanto al autoposicionamiento en la escala ideológica nos remitios a E. Uriarte, <<Fragmentación de la cultura política vasca: ¿Cambios en las nuevas generaciones?. IVº Congreso Español de Sociología, Madrid, septiembre de 1992, y a los datos referidos al País Vasco que extrae del Banco de datos del CIS, estudios 1513 y 1879. En 1986 con una escala de cinco posibilidades, de derechas se considera el 2% de centro-derecha el 7%, de centro el 31% de centro izquierda el 28% y de izquierda el 14%. Y la tendencia circula hacia la izquierda ya que en 1990 de derechas se considera el 1%, de centro derecha el 4%, de centro el 17%, de centro izquierda el 35% y de izquierda el 13%.