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LA ENERGETICA GENERACIONAL Y EL PANORAMA DE LA REPRESION COMBINADA

En los 90, una nueva generación accede a la palestra elaborando un particular estilo de entender las cosas. La década anterior sujeta a una lógica de resistencia/ofensiva militar será sustituida por la acción simbólica situacional que replantea, en el conjunto del movimiento de la izquierda abertzale, la necesidad de retomar en su sentido más cotidiano la dinámica autodeterminativa. Esto implica la conveniencia de terminar con las estructuras piramidales para poder desarrollar microprácticas de base, interaccionadas en forma de red comunicativa, que evidencien la potencia del movimiento en una multiplicidad de prácticas y confluyan en momentos de acumulación de fuerzas, a su vez anticipadores de posteriores instantes de intensidad.

El estilo que va a caracterizar a la nueva generación es el de la recomposición indirecta de los polos antagónicos del enfrentamiento de clase y comunitario. La profundización de las distancias sociales y la brecha abierta en torno al hecho nacional (temática de las dos comunidades), hace que la lectura en cada plano del conflicto esté sujeta a varios cortes. El nuevo proletariado vasco estará fracturado, además de por sus variados niveles reproductivos, por los condicionantes de identificación con un marco específico, y la misma lectura habrá de realizarse en lo que se refiere a los estratos de clase burgueses. Ahora podemos detectar, en su variedad práctica (sujeta a distintos planos de estratificación social) y en su sentido puro, a un proletariado independentista y a otro estatista, además de a una burguesía autonomista y a otra centralista, sectores que en sus escaramuzas reinventan la multilateralidad de los polos del conflicto.

La generación de los 90 se abre paso por un escenario complejo, no es extraño por tanto que su lectura, dentro de su multiplicidad interpretativa, recomponga los niveles extremos de un conflicto social y nacional. De la lógica tribal parcelaria hemos pasado a una recombinatoria mestiza de elementos que prefiguran maneras antagónicas de entender tanto la pertenencia a una comunidad como la ubicación de clase.

El proletariado vasco juvenil irrumpe en un marco sujeto a fuertes procesos privatizantes y espectaculares que quiebran las conexiones comunicativas comunitarias y producen perversos efectos de aculturación cotidiana. El sistema pone en marcha todos los dispositivos a su alcance para la creación de una conciencia domesticada, vacía de referentes y activada mediante consignas publicitarias. Uno de las maneras que tendrá el poder fáctico combinado para imponerse, será el de operar mediante sucesivas reducciones que aislen los efectos, por él no deseados, de las causas que los producen.

En los noventa se ha producido la rearticulación del entramado abertzale de izquierdas en su sentido más multilateral y amplio (no sólo del MLNV). La puesta en acto de la energía que porta la nueva generación ha desbordado los presupuestos de un Pacto Contrainsurgente que se pretendía omnipotente y omnipresente. Este es el panorama tras el que se esconden varios riesgos:

Uno, la reactualización del Pacto institucional, seriamente tocado por su divergencia de intereses, pretende atacar básicamente los niveles de activismo juvenil cuya expresión máxima es la multiplicidad de sabotajes.

Dos, para poner en marcha los dispositivos de contención de un hipotético estallido social vasco, el Pacto pretende aislar los núcleos de rearticulación juvenil organizativa.

Tres, no es aventurado prever una reinvención combinada de la Guerra Sucia, esta vez a niveles más cotidianos de represión, dada la dificultad de operar directamente contra las expresiones armadas.

Cuatro, la magnitud de lo anteriormente citado dependerá de la actitud que adopte un nacionalismo moderado que a priori, con su ambigüedad característica, parece decantarse por un discurso dialogante y una práctica que incrementa tanto los niveles de control social como de represión política (el acercamiento hacia Elkarri y las declaraciones formales contra la dispersión, no son más que ejemplos de los costes que les ha supuesto la política de alineamiento con un centro que ha fortalecido la presencia del españolismo más rancio en Hegoalde).

Los retos que aparecen en el horizonte de la nueva generación abertzale de izquierdas son enormes. Nos encontramos ante un sujeto tremendamente cualificado pero que es constantemente enfrentado a densos niveles de aculturación mediática reductiva. La formación es ineludible si se quiere superar las simples prácticas temporales y espontáneas y dar continuidad a formas autodeterminativas integrales. El riesgo inserto en la ritualización del activismo puede quemar inmediatamente gran parte de las energías disponibles para el cambio de marco sociocomunitario. La necesidad de reconocimiento de la multiplicidad experiencial debe combinarse con prácticas flexibles que complementen variadas maneras de disidencia, siempre dependientes de las intensidades puestas en juego en cada momento por las distintas partes del conflicto. El eludir la provocación zonal debe buscar momentos de acumulación de fuerzas en la reapropiación de tiempos propios [1] . La clave está en la multidimensionalidad de prácticas expresivas que, en forma de red, se reconocen en espacios y tiempos compartidos. La puesta en juego combinada y simultánea de variadas expresividades que contengan mínimos comunes es una de las condiciones del éxito.

Los instantes que se avecinan se presentan duros pero esperanzadores. Una nueva generación, que experimenta su propio estilo de vida, mezcla instintivamente y simbióticamente componentes libertarios y apropiativos. Los avances teóricos y de organización práctica eluden los riesgos de la concentración unidimensional, restrictiva y fragmentaria, reconociendo la potencialidad de lo multiple en las conexiones nodales de mínimos que establecen en forma de malla. Una corriente telúrica se agita bajo la tierra de las repúblicas vascas, el tiempo de su potencia ya ha llegado.


[1] La táctica de represión zonal utilizada combinadamente contra las expresividades disidentes durante los 80, ha pasado a mejor vida (como prioritaria), lo cual no quiere decir que no sea otra de las tácticas empleadas. Ahora la combinación multilateral de la represión aplicada sobre distintos planos, se superpone a la imagen de un control zonal plano y crea una apariencia tridimensional que perfila los trazos, sombras y contornos de un sujeto proletario y vasco. La combinatoria de tácticas cotidianas disuasorias (controles, Iruña, cetme...), con informaciones propagandísticas constantes -sobre localizaciones de estructuras, implicaciones personales, valores de «ética democrática», en forma de continuo spot...-, con la actuación complementaria (no exenta de fisuras, conflictos y atribuciones), y en distintos planos, de las diversas fuerzas coercitivas, con la actuación directa sobre elementos situados en cualquier nivel de responsabilidad, reproduce una cartografía de la represión de muy alto nivel.

Nos situamos en un límite extremo: gran parte de la población se ubica en un plano de autodisuasión -mucho menos de lo que realmente piensan, ya que desconocen tanto: 1/ la potencialidad real de los sectores proletarios y nacionalistas tocados, aunque sea indirectamente, por la previsible represión, como 2/ las dimensiones reales de la izquierda abertzale, lo que les hace funcionar tanto cuantitativamente como en planos estructurales y subjetivistas-; cuestión que reproduce (la población privatizada y autodisuadida mediáticamente) la existencia de un vacío entre: 1/ Los sectores rearmados ideológicamente de la derecha local, la oligarquía centralista, el españolismo de entornos concretos del proletariado juvenil periférico descendiente de la clase trajadora inmigrante no integrada (sectores no necesariamente sujetos a la misma lógica, dadas sus distantes características sociales y de referencialidad nacional); y 2/ los sectores que conforman la multiplicidad de la izquierda abertzale y los distintos movimientos sociales.

Lo que se está produciendo es un sondeo para la aplicación de los «años de plomo», por el lado del Kapital Local y sus relaciones político-parapoliciales internacionales, dado su previsible pánico -tras adoptar un ideario neoliberal maquillado de folklorico- a que en Euskal Herria se desencadene un estallido social -que incluso pueda contaminar las conciencias de determinados sectores sociales europeos (nacionalistas, liberales y radicales)-, y que, interactuando en el plano político-social de una manera simbólico cultural, pueda crear las novedosas situaciones experimentales que redefinan un espacio alternativo global. El problema del nacionalismo moderado es justificar la represión de su propio pueblo estando bloqueados en los límites de un autogobierno dependiente. Y por el lado del centralismo -dado su pánico atávico a la perdida de las colonias de las que obtiene algo más que su plusvalía, su razón de ser imperio-, se están redefiniendo los límites del funcionamiento militar (combinatoria de ulsterización, guerra sucia y conjunción de fuerzas policiaco-militares), dado el azuce que se está produciendo desde instancias fácticas sobre la clase política (que reproduce -muy a pesar suyo- en el plano estatal la polarización social y en el caso del País Vasco la doble confrontación anteriormente referida).