Hasiera > Artikuluak > 2004 > Dominio (2004-07-01)
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Jakue Pascual - Sociólogo

Dominio

Los señores yacen en otomanas. La narradora preside la sesión con relatos de vieja prostituta. Dos cuerpos cuelgan como guiñapos de los guardarropas. Las golpeadas y los sometidos esperan su turno en un instante suspendido.

Cuero y látex. Fustas húmedas. Los látigos chasquean, ponen orden al tiempo. Penetraciones con máquinas. Chatea con sumisas. ¡Esclavo, soy tu ama! No hay piedad en el castigo. Humillación y dominio.

Para Foucault poder y placer no se anulan en la sexualidad. Todo lo contrario, el sexo debe ser entendido como pozo de juego político en el cruce de las disciplinas del cuerpo y de la regulación de las poblaciones. Algo que Historia de O plantea como un acertijo de equivalencias entre libertades y servidumbres.

La ordenación clínica califica al sadismo y al masoquismo como desviaciones. Krafft-Ebing acuña los términos, tomándolos del aniquilador de Justine o de Rosa Keller, y de un tal Masoch que es azotado por Wanda, la Venus de las pieles. Insistiendo Stoller en que en este mundo reinan los matices, la teatralidad, el humor y no la crueldad; lo que suscitaría la necesidad de estudiar el dolor como fuente de placer. La historia de la aberración pasa del sacrilegio al vicio y de éste a la enfermedad. Nos transporta desde la prohibición de infringir las inclinaciones naturales, hasta la paradoja freudiana, donde la causa de la psiconeurosis puede residir en una perversión no satisfecha.

Lautréamont transita el lado oscuro. La condesa de Pizarnik arranca la carne con pinzas de plata. Klossowski, Bataille y Barthes se sumergen en el mal del divino marqués, donde el objeto es modelado hasta su destrucción. Passolini conversa con Dante, Sade y el fascismo en Salò. Y Fassbinder indaga, entre amargas lágrimas, la reproducción de las relaciones de poder en el sexo.

Una joven arrastra con una correa a un hombre desnudo. Imaginería de dominación o una foto snuff –pensamos- hasta percatarnos de que se trata de una soldado destacada en Irak. Lo obsceno de los cuerpos apilados destroza las convenciones de guerra. Sontang afirma que la sonrisa con la que posan los militares refleja una acción colectiva en la que se expresa una conducta del todo justificada, constatando la autora el incremento de la admiración por la brutalidad en la sociedad estadounidense. Evidencias que –para Pasquinelli- deberían llevarnos a reconocer que en la warporn las imágenes de las torturas de Abu Ghraib y de las decapitaciones de rehenes nos excitan. De ahí que Kim Petersen recuerde en Sadism and war que, minutos antes de declarar la guerra, Bush dijo que era una sensación maravillosa.

 

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