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Artículo escrito en la sección Iritzia de Egin en agosto de 1994

Jakue Pascual - Sociólogo

El síndrome del cabezudo

En las fiestas de nuestros pueblos los cabezudos han sido siempre uno de los actos típicos destinados a entretener a los más pequeños. Esta legendaria tradición está en peligro de desaparición gracias al surgimiento de una nueva figura delictiva, el cabezudo terrorista. Los hechos que han puesto en alerta a las autoridades han tenido lugar en Laudio, durante las fiestas de la localidad, cuando un desalmado cabezudo chino (por más señas "comunista") ha atacado a un agente de la autoridad aplastándole la boina con una vejiga de cerdo, ante el carcajeo generalizado de los chiquillos que se encontraban correteando durante el acontecimiento lúdico. La respuesta policíal no se ha hecho esperar y, tras acordonar el piso franco de los cabezudos terroristas, han procedido a la detención del agresor.

Imaginemos lo ridículo de la situación en la que un número uniformado, tras recibir el vejigazo, se dirige donde sus compañeros y les dice colérico que un cabezudo chino le ha pegado y que hay que proceder a su detención. Accionando de esta manera los mecanismos represivos y judiciales previstos para tales situaciones de agresión, estragos, desacato y desórdenes. ¡De chiste! Euskal Herria se está convirtiendo en un país de mofa, el lugar del absurdo de los hombre grises que se piensan que el respeto se gana con el incremento de la rigidez represiva, la miseria social y ética, el aburrimiento uniformizador y aseptico, el control video-mediatico y la estupidez de actuaciones sólo inteligibles por la justificación de su propio interés.

Hay algunas personas que intentan realizar lecturas antiautoritarias en las cuestiones que nos rodean. En lo que se refiere a la policía y lo militar, es decir sobre todo lo que atañe a los cuerpo uniformados interpuestos entre los intereses del poder y el pueblo, prefieren pensar que es más necesario que la propia ciudadanía sea capaz de asumir su propia defensa, para lo cual sería imprescindible transformar las actuales coordenadas de desigualdad social y de limitación de las libertades (civiles y comunitarias), para que -desde una situación de progresiva e ininterrumpida democratización- se puedan abordar las cuestiones relativas a nuestra seguridad subjetiva y popular. Entiéndase que objetivamente este pensamiento no es un a priori, sino una tendencia a asumir como guía de comportamiento para superar la barbarie en la que nos sume la violenta permanentización del poder.

La mentalidad panóptica del ojo que todo lo ve es consustancial a la modernidad y en esta fase avanzada de la misma se expande por el tejido social, intentando hacernos interiorzar su mirada. La lógica en esta nueva fase del desarrollo del control social se sustenta en la imposición del autocontrol. La centralización del discurso pretende hacernos creer que en todo momento estamos siendo vigilados, espiados y sometidos a sus rayos X. Pero la historia es la contraria, es la superación imaginativa del control la que provoca constantemente a éste, obligándole a un incremento geométrico de medios para evitar su propia catástrofe.

La policía autonómica empieza a soportar un síntoma equivalente al del síndrome del norte de sus homólogos foráneos, el sindrome del cabezudo. Detrás de cada joven con rostro angelical, cresta, camisa a cuadros, americana y corbata, melenas o estética típica puede esconderse un cabezudo terrorista que le devuelva el porrazo que le atizaron el otro día. No sé si queda tiempo para las reflexiones, pero de lo que sí estoy convencido es que se deberían imponer soluciones que abrieran las esperanzas y cerraran la barbarie. No vaya a ser que antes nos muramos de risa.

 

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