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2- Badok Mairu

Durante la creación nos vemos inmersos en una selección que toma en cuenta todos los demás, todos los posibles que se ofrecen. El hecho de afirmar contiene tanto lo que es como lo que no es, pues el ser de la afirmación (lo afirmado) engloba en sí todos los posibles que han sido desechados. Ahora bien, si el ser de la afirmación incluye tanto el que afirma como lo afirmado, comprenderá a su vez al sujeto como al objeto, llegando a ser indiferenciables. Esto es la atracción, el eros como energía de vida (maite), en tanto que el que afirma y lo afirmado se atraen mutuamente: el que afirma encuentra su afirmación en lo afirmado y viceversa, fusionándose ambos en un mismo ser.

Mari es la afirmación continua de la energía creativa (maite), el eterno retorno de lo distinto, la madre tierra creadora, el regalo continuo (emari), la creación permanente: M(a)-ari (ari: hacer, ocuparse en), que encierra en sí misma tanto lo positivo como lo negativo, el be (lo de abajo) como el go (lo de arriba). Mari es nuestro insconciente (no-consciente) colectivo, la memoria íntima de nuestra construcción en comunidad. Es la afirmación de lo que ha sido y no ha sido, de lo que es y no es, de lo que será y no será, pues lo que será dependerá de lo que somos (<<Izan zirelako gara, izan garelako izango dira>>. Somos porque ha sido, serán porque somos).

No obstante, Oteiza afirma que nuestra visión de Mari no retrocede más allá de 900 años[1]. De este modo, considera a Atarrabi (el hijo bueno de Mari) como una versión moderna que proviene de otra más primitiva: bat-arra-bi (2 huecos del uno). Batarrabi sería, para Oteiza, el hueco-madre del día y la noche (del sol y la luna). ¡Exacto!, Mari (EME AMA ARI) ha sido considerada siempre madre de la luna y el sol que, a su vez, son nuestras abuelas. El hecho de la separación del carácter unitario de Mari se debe a la irrupción del poder eclesiástico feudal en el País Vasco, manifestándose esta separación bajo la forma de los dos hijos opuestos -uno bueno, el otro malo- que dan cuenta de la reducción de Mari a la mitología dualista católica.

Mari tiene dos hijos: uno, Atarrabi (el bueno), que expresa la lucha (atarra(tu)) de las dos (bi) formas primordiales ya separadas, mostrándonos el camino que evidencia la separación y nos guía, con la inversión de la misma, a la unidad perdida. El otro, Mikelats (el malo), el aliento (ats) de San Miguel, el espíritu del caballero que da vida a la concepción feudal de la iglesia.

La incursión del feudalismo católico en nuestro territorio quedará plasmada en la leyenda de Teodosio de Goñi, que nos cuenta cómo el arcángel San Miguel da muerte a Herensuge para ayudar al caballero Teodosio de Goñi, que se encontraba realizando penitencia por haber asesinado a sus padres:

<<Cuentan que la iglesia de San Miguel se halla sobre una sima.

En esta sima vivía en un tiempo el Iraunsugue “dragón” que, al sentirse hambriento, bajaba a los pueblos y causaba innumerables muertes entre los hombres. Por eso, los pueblos de los contornos decidieron enviar o entregar al dragón una persona cada día, la que saliese en suerte. Una vez cayó ésta en una muchacha joven y así se colocó junto a la boca de la sima aguardando al dragón.

En aquel tiempo discurría por los montes el Caballero Teodosio de Goñi, haciendo penitencia por haber asesinado a sus padres, hasta que se rompieran su calzado de hierro y una cadena que arrastraba pendiente de la cintura. Apareciósole el diablo en figura de noble caballero y le dijo que, para romper el calzado y la cadena, era preciso que los frotase con su propio excremento.

Obró según el consejo del diablo y quedó roto el calzado, pero entera la cadena. Mas, no siendo posible al pobre Caballero, ahora descalzo, andar como antes, no le quedó esperanza de que pudiera romper alguna vez la cadena.

Un día, pasando cerca de la sima del dragón, vio a la mencionada joven y le preguntó: ¿qué haces aquí?

La joven le contó cuanto le sucedía, y entonces el caballero, poniéndose en el lugar de la muchacha, envió ésta a casa.

En esto sale del interior de la sima el dragón, muerde la cadena que le alarga el penitente y, tragándola, va acercándose al caballero de Goñi. En tan apurada coyuntura, éste se dirige a San Miguel exclamando: “San Miguel, ayúdame”.

Dicen que en el cielo se oyó una voz: ”Miguel, te llaman del mundo”.

-Señor, yo no iré sin ti -contestó el arcángel San Miguel. Y bajó al monte Aralar, llevando a Dios sobre su cabeza, y con su afilada espada cortó al dragón el cuello y a la vez la cadena del Caballero de Goñi. Así éste cumplió totalmente su penitencia.

De entonces data la construcción de la iglesia de San Miguel sobre aquella sima>>.[2]

Esta leyenda deriva de una variante del mito medieval del dragón, pero si éste último nos habla de la renovación del “pacto” del Castillo/a con el pueblo -al matar el caballero al dragón que atemorizaba al pueblo y amenazaba con devorar a la hija del rey y, de este modo, asegurar la continuidad del linaje real y del orden jerárquico feudal- la leyenda de Teodosio de Goñi nos anuncia la instauración de un nuevo linaje. San Miguel, al seccionar la cabeza a Herensuge, corta la cadena que ataba a Teodosio de Goñi, perdonándolo por su parricidio. Estamos frente al final de una época y el comienzo de otra.

Herensuge, serpiente-dragón del mito medieval, es denominada también Lerensuge[3], la serpiente primera (lehen, leren), que también es la tercera (heren), la serpiente de la tercera parte que se produce como posibilidad múltiple resultante de la unidad de los complementarios. Hace referencia a la forma de la serpiente enroscada que contiene en su interior los dos principios, las dos fuerzas primordiales. Leheren(suge), término compuesto de lehen y heren[4] -ideado por Agosti Xaho al hablar de Herensuge- expresa la subdivisión de la unidad en múltiples formas, la conjunción de lo micro y lo macro como elemento de creación. Leheren se define, por tanto, como la composición múltiple del uno, la multiplicidad resultante de la interacción de los complementarios AR-EME (femenino-masculino), y de sus acciones, ar-eman (dar y coger), expresadas en la relación Mari-Sugaar.

Sugaar, Sugoi, Maju... es considerado como el marido-amante de Mari. Sugaar simboliza el principio masculino AR, cuya acción reconoceremos en ar(tu) (tomar,coger,acoger). Mari, a su vez, encarna el principio femenino (ama, eme). Leheren indica la concepción del andrógino perfecto, la unión de lo femenino (eme) y lo masculino (ar), de las fuerzas complementarias de la creación, el ser entendendido como acción, como relación (ar-eman), como continuo desarrollo de múltiples afectos.

San Miguel, al matar a Herensuge, destruye nuestra cosmovisión (Leheren), expresión de la multiplicidad, para sustituirla por el pensamiento uniformante católico que aboga por un único principio (el masculino, Dios padre-guerrero), presentando al otro como su negación (el demonio, el ángel caído, la mujer-madre). De este modo, se establece la separación, la exclusión, la no admisión del carácter activo de lo otro, de lo diferente y femenino, como matriz generadora de una laberíntica multiplicidad de formas y posibilidades de las que, este principio, posee el hilo conductor. Este es el sentido de la exclusión que impide al ser realizarse en la acción, que instaura la jerarquía, la ley como trascendencia, como agente exterior que otorga finalidad a la acción.

El caballero dirige, controla, domina el caballo. Es el amo que prevalece sobre la cabalgadura. De esta manera, se formula el principio de la separación, de la cosificación como expresión extrema de la alienación, estigmatizando al otro como un objeto al que se le niega su cualidad activa y creativa. En definitiva, la afirmación de lo masculino (Ar) -principio básico de la caballería- sin atender a su recíproco componente femenino (Eme), falsifica el poder constituyente vasco, que contempla al mismo nivel tanto lo femenino (Eme): el dar (eman), como lo masculino (Ar): el coger (ar(tu)), como motor de las relaciones (ar-eman).

Sugaar (sugar-ar), Suarra o Sugaharra es el hueco que se crea alrededor de la serpiente (suge) o llamas del fuego (sugar). Representa el principio organizador de la comunidad, el princio fogeral desarrollado por nuestros antepasados. La construcción del hueco (ar) alrededor del fuego (suge).

<<El fuego de los arpeak, cuevas, trasladado con el pastoreo a los austarriak, será el centro del hogar familiar, que en el régimen de asentamiento agropecuario se irá desarrollando hasta conformarse en la casa tradicional vasca o caserío, cuyos bazterrak se delimitarán con los mojones, mugarriak, que en su base guardan el carbón del hogar, como testigo de la vinculación de los mismos a la casa.

Todavía hoy en el régimen de vecindad de algunas comunidades de nuestro pueblo se siguen estipulando las contribuciones de las disintas casas a las necesidades comunes, en razón de los suak, o fueros, o fogueras. Esta forma de entender y participar en la creación, desarrollo y mantenimiento de los servicios comunes a varias casas, recibirá su consagración jurídica en el Fuero de Bizkaia>>.[5]

Sugaar es el principio de acogida, de autoorganización que desarrolla la comunidad alrededor del fuego (erre: quemar) sobre el cual se construirá el Herri.

La apropiación del poder de los batzarres, del círculo de iguales alrededor del fuego común, por parte de los señores, apunta el inicio del nuevo orden, de la era establecida con la victoria de San Miguel. Paralelamente al desarrollo y expansión de la institución eclesiástica en Euskal Herria, los Parientes Mayores, <<fundadores y sostenedores de las iglesias parroquiales de diferentes pueblos, siendo patronos diviseros de las mismas>>[6], irán adquiriendo riqueza y poder por medio del cobro de las rentas de dichas iglesias, erigiéndose en nobleza local y constituyendo la base y el apoyo del poder señorial.

Esta falsificación del principio constituyente vasco queda patente en la leyenda de Mari y D. Diego Lope de Haro, Señor de Bizkaia. En ésta, D. Diego Lope de Haro aparece como el esposo de Mari, asumiendo de este modo el papel de Sugaar. Pero Lope de Haro, al romper lo pactado con Mari e intentar imponerle la sumisión a su poder, se muestra realmente como lo que es: representante del poder jerárquico, de la mediación, que no respeta el carácter activo del principio femenino y no acepta el pensamiento comunitario. Ante ese gesto cargado de desdén, Mari coge a sus hijas y huye al monte.

Mairu será, entonces, moro, oscuro, lo malo, lo negro, el demonio, incluso lo barroco, lo complejo, lo que hay que evitar o no se adapta a las formas del imperio. ¡No se vaya a descubrir que la unidad primigenia de las fuerzas activas complementarias era el secreto que nos donaron los antepasados, los ma-iru (iru:tres) o los que hilan (irun:hilar), tejen, trenzan bailes en el laberinto...!



[1] Oteiza, Nociones para una filología vasca de nuestro preindoeuropeo, op. cit., 1995, pp. 19-23.

[2] José Miguel Barandiaran, <<Mitología del Pueblo Vasco>>, Euskaldunak. La etnia vasca, vol. VI, Etor, Donostia 1984, p. 252.

[3] José Miguel Barandiaran, Diccionario de Mitología Vasca, op. cit.,1984, p. 77.

[4] Julio Caro Baroja (Sobre la religión antigua y el calendario del pueblo vasco, Txertoa, San Sebastián 1984, p. 132) no entiende de dónde ha sacado Xaho que heren es último; y tiene razón, heren no es último, es tercero. Pero lo que el racionalismo de Caro Baroja le impide comprender es que Leheren es la afirmación de lehen y heren como momentos simultáneos que expresan un movimiento continuo sin etapas. Xaho nos está hablando de la leyenda de Amaiur (Ama Lur): <<hasiera amaia da>> (el principio es el final), donde el principio y el final se encuentran al mismo nivel, exponiendo de este modo una postura totalmente distinta al concepto de finalismo expuesto por los racionalistas. Xaho nos habla de la creación de la tierra, de Ama Lur, por medio de la actuación conjunta de las fuerzas complementarias primordiales. Así en Azti begia eta beste izkribu zenbait (Klasikoak, Donostia, 1992, 8. orrialdea) dirá: <<Tú sabes cómo, al igual que la yema en el huevo, está enroscada, enrrollada, bajo tierra, en el corazón de la tierra, en medio del infierno, Lehen-Sugia; la primera, sí, y también la tercera, la más vieja de la tierra, la más fuerte de los fuertes, la más grande trabajadora del eterno dios (Jinku)>>. (La traducción es propia). Y en La leyenda de Aitor (Egin Biblioteka, Orain, S.S. 1995, p. 21.) lo reflejará de la siguiente manera: <<..y se cuenta en nuestras fábulas que la gran serpiente nació de un huevo, que es el huevo-mundo, el huevo terrestre. Y es llamado leen, primero, y eren último; es decir, aún devorador y destructor; es el negro surtur de los celtas que debe incendiar un día los mundos; es el leeren, primer poder de la tierra>>.

[5] Ander Manterola, fascículo 34 de Euskaldunak. La etnia vasca. <<Etxea (4)>>, Etor, Donostia 1976, pp. 588-589.

[6] Federico de Zabala, Historia del Pueblo vasco, vol. II, Auñamendi, Donostia 1971, p. 143. Y Fernando García de Cortázar y José Mª Lorenzo Espinosa, Historia del País Vasco, Txertoa, Donostia 1997, p. 54.