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3- El Auza, El Auzo, El Dorado.

<<(Auza) es una montaña de la región de Baigorri, en los confines de Errazu. Allí existe una caverna, en la cual, según es fama, hay un depósito de oro. Cerca de éste aparecen una gran serpiente y un macho cabrío.

Cuéntase que un sacerdote de la casa de Marttiene de Aldudes fue allí varias veces y veía el oro, la serpiente y el macho cabrío.

Situado en la entrada del antro leía sus oraciones a fin de ahuyentar a ambos genios de figura animal.

La fuerza de las oraciones enflaquecía y adelgazaba la serpiente como una hebra fina; pero no lograba arrojarla de allí.

Intentó recoger el oro llevando en su pecho una hostia consagrada, pero al tratar de tocar el depósito, la serpiente crecía amenazante. El sacerdote salió sin lograr su propósito. Allí dentro oyó esta voz: “gracias a lo que llevas en el pecho; sino, hubieras quedado aquí”.

Después de aquello es corriente oir entre los habitantes de la región estas palabras: Auza, han baduk gauza; baina neok ezin ar. En Auza hay cosas; pero nadie puede tomarlas>>.[1]

Esta leyenda nos muestra a Mari -bajo la figura del Aker (macho cabrío)- y a Sugaar (suge: serpiente), marido-amante de Mari, como los guardianes del tesoro de la comunidad (auzo). La unión de Mari (ama, eme: femenino) y Sugaar (ar: masculino) expresa la idea del andrógino perfecto como utopía-en-construcción[2] de la comunidad (auzo), entendiendo ésta como el crisol donde se funden los diversos materiales hetereogéneos de una colectividad y cuya mezcla conformará el aúreo elemento (lo común).

La colectividad, organizando sus relaciones en el batzar, promueve un proceso de (auto)constitución en comunidad, de creación de un aglutinante común que permite su (auto)definición como arbitrario lógico. Dentro de este proceso constituyente lo individual se sabe parte de una comunidad, del común que contribuye a construir en colectividad. Para ello, utilizará el auzolan (barrio-trabajo), trabajo vivo, cooperación y gestión de las fuerzas productivas de la colectividad dirigidas en comunidad hacia sí mismas. El auzolan activa potencia y amplifica cooperativamente la diferencia creativa de las distintas singularidades que lo componen. Definido como trabajo vivo de construcción permanente de la comunidad, son esas propias singularidades que lo hacen posible, las condiciones expresivas del desarrollo y transformación de la misma comunidad, a la vez que medio de autoorganización de las múltiples interacciones que la conforman. La comunidad se organiza en forma rizomática, como topología, como ocupación de los huecos de una malla -red de redes- orientada estructuralmente en múltiples direcciones que hacen figurar las aperturas en lo concreto.

Esta idea de la composición multiple de lo uno se expresa, en el pensamiento popular vasco, a través de las brujas[3]. Estas al ser preguntadas dónde se encontraban, o dónde querían ir, respondían: emenetan[4] (en los aquí, emen-eta-an: aquí y allí), an-hemenka (en diversas partes[5]), dando a entender que la relación de simultaneidad que se establece entre el ser y su contexto expresa una concepción del mundo en cuanto sistema unitario en el cual hay una interrelación inmediata entre todas las partes y, por tanto, la alteración de una parte afecta al todo.

La igualdad de todos los individuos que componen la colectividad, el respeto y el reconocimiento de la potencia de cada uno, es la premisa que posibilita la autoorganización y la cooperación. La diferenciación, la producción de la singularidad constituirán los elementos creativos de apertura del devenir de una comunidad en continua creación y autorrecreación, en constante innovación.

La tarea del auzolan, del trabajo vivo en común, consiste en impulsar esta apertura construyendo nuevos soportes, formando nuevas composiciones, transformando las materialidades que lo integran. En este proceso, la creación va de la mano de la destrucción. Así, Herri[6] (pueblo, nación) se presenta como proceso continuo de materialización cooperativa y edificación (harri: piedra)[7] cuya base descansará en la acción transformadora (destructiva-constructiva) del fuego (erre), necesario para hacer del pueblo (herri) algo siempre nuevo (berri).

El auzo, la montaña de oro que está en Baigorri, simboliza Eldorado[8], la búsqueda de nuevos horizontes y la apertura de nuevas líneas de fuga para la comunidad. Eldorado está aquí: Activemos las potencias de transformación de la comunidad, su capacidad para construir dis-utopías mediante la gestión cooperativa de las fuerzas productivas (auzolan) relacionadas en el círculo de los iguales del batzar.

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[1] José Miguel de Barandiaran, Diccionario de mitología vasca, op. cit., 1984, pp. 31 y 32.

[2] En referencia al poder constituyente Antonio Negri propone el término disutopía dejando claro que <<aquí democracia significa expresión multilateral de la multitud, radical inmanencia de la potencia, exclusión de todo signo de definición externa, sea trascendente o trascendental, de todos modos externo a este radical absoluto terreno de inmanencia. Esta democracia es lo opuesto al constitucionalismo como poder constituido, impermeable a las modalidades singulares del espacio y el tiempo, como máquina predispuesta no tanto al ejercicio de la potencia cuanto al control de sus dinámicas, de órdenes de fuerzas inmutables>>. Antonio Negri, El poder constituyente, Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, Libertarias/Prodhufi, Madrid 1994, p. 391.

[3] El adur (fuerza mágica) participa de esa misma cosmovisión conectándonos con las últimas teorías que afirman que el planeta Tierra se comporta como un organismo vivo, como por ejemplo la de Fritjof Capra (La Trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos, Anagrama, Barcelona 1998).

[4] “Hemenetan: Las brujas vascas, cuando querían ir algún sitio, decían : Hementan!!” (Joseba Sarrionandia, Hitzen ondoeza, Txalaparta, Tafalla 1997.)

[5] R. M. de Azkue. Diccionario Vasco-Español-Francés, Tomo I, La gran enciclopedia vasca, Bilbao 1969, p. 41.

[6] Xaho ya apuntó esta misma idea: <<Las tierras habitables, los jardines del hombre del porvenir, los territorios que habían de pertenecer a mis tribus, salieron de la hoguera como sale del horno del alfarero, después de ser cocido, un elegante vaso de barro; los llamé erriak o lo que había sido quemado; de ahí el que las siete provincias de la federación bascocantábrica se llamen hoy Pirineos, Eskual Erriak.>> (La Leyenda de Aitor, Orain, Egin Bilblioteca, S.S. 1995, p. 20).

[7] Idea tomada del poema <<Piedra y Pueblo>> de Gabriel Aresti, Euskal Harria, Egin Biblioteka, Orain, San Sebastián 1995, pp. 146-150. Su traducción es la siguiente según dicha edición. <<Nombres que una vez/ amé:/ Ecos/ de una vieja ilusión./ Todavía,/ de vez en cuando,/ aunque ya es muy raramente,/ todavía/ me viene a la mente la sospecha/ de que vuestra vida/ no fue ofrecida/ en vano,/ que vosotros sois de dos edades,/ que aún muertos/ proseguís dentro de mí,/ aún todavía,/ vosotros cuatro,/ Lizardi,/ Orixe,/ Lauaxeta,/ Loramendi,/ florecéis dentro de mí/ aún todavía,/ un pueblo de piedra alrededor de vosotros/ y vosotros cuatro/ ni siquiera/ os disteis/ cuenta.../ Pero yo tomé entre mis manos/ el martillo,/ y a golpes desperté/ el mar de Cantabria,/ tomé en mis brazos/ la viola,/ y a las melodías maravillé/ los montes de Vasconia,/ vosotros dentro de mí,/ amparados en mi ánimo,/ ahora,/ en este punto de agonía,/ comprenderéis,/ lo que sabe el pueblo,/ lo que hierve la piedra./ Sí./ Piedra y pueblo./ El mar y los montes./ Con un martillo/ y/ con una viola>>. ¿Qué pasaría si desplazáramos del título de este volúmen, “Euskal (vasca) Harria (piedra)” su primer término y lo sustituyésemos por el de Esku-al (mano) -al uso de Zuberoa, Eskual Herria- y dejáramos intacto el segundo, Harria (piedra)? Mano y piedra, como identificación primitiva de los seres humanos que hacen fuego (que tienen su conocimiento) golpeando las piedras (harri) -al igual que lo hacen las nubes del cielo de las que surgirá el rayo- y que, al cobijarse en torno a la hoguera -hueco de lo consumible (quemar-erre)-, crean comunidad-pueblo (herri).

[8] El sentido de Eldorado dista mucho de su reducción a la simple búsqueda del metal amarillo por parte de los conquistadores del Imperio, como mediador para la posesión de bienes y almas. Los traidores al Imperio, como Lope de Agirre, lo que anhelan sobre todo es materializar los espacios imaginados por las utopías; algo que se mantendrá como una constante a través de la Historia. Los espacios idílicos están presentes a lo largo de la literatura clásica. Homero, en la Odisea, imagina los jardines de Alkinoos; Hesíodo, una raza de oro. También son encontradas islas mágicas ausentes de penurias y conflictos: Diodoro de Sicilia encuentra la Isla del Sol; Evémero, la Isla Sagrada; Plutarco, las Islas Afortunadas... Las utopías destacan por ser una construcción mental imaginaria, un horizonte hacia el que serpentea el camino trazado por el deseo de construir una comunidad perfecta. Y entresacamos de entre ellas: La república de Platón y su mito de la Atlántida que inspirará las utopías de la modernidad como la Utopía de Tomás Moro, la Nueva Atlantida de Bacon, la Ciudad del Sol de Campanella, la isla de Basiliade del Abate Morelly, la Nueva Solyme de Samuel Gott. Posteriormente apareceran Eldorado de Voltaire, el Viaje por Icaria de Cabet, El nuevo mundo industrial y societario y El nuevo mundo amoroso de Fourier, Mirando hacia atrás de Bellamy, Una utopía moderna de H.G. Wells, Freiland de Herzka, Walden Dos de Skinner o Ecotopía de Callebanch. El desencanto y el rechazo de las condiciones de vida de la ciudad cobrará con Rousseau su expresión máxima extrayendo a Emilio de la ciudad de la corrupción. En este sentido, resulta muy sugerente el análisis que realiza Hakim Bey (T.A.Z. Zona Temporalmente Autónoma, Talasa, Madrid 1996). Para este situacionista místico, la tentación salvaje está inscrita en los espíritus civilizados y, para demostrarlo, propone algunos ejemplos ilustrativos. El primero de ellos es el de Croatan, con el que se produjo el primer descuelgue de colonos ingleses de la metrópoli en la todavía novedosa Norteamérica. Bey invertirá la historia oficial señalando que los colonos no fueron masacrados por los indios, sino que éstos abandonaron el asentamiento de Roanoke, uniéndose a los aborígenes de Croatan. De esta forma, provocaron la rescisión del contrato con el imperio, prefiriendo su libertad salvaje a la servidumbre civilizada que se les había impuesto. A juicio de Bey, lo que subyace a esta visión, es la búsqueda alquímica del estado de naturaleza y de su materia prima o potencialidad del hyle virgen; el embrión caótico que el vidente trasmutaría en oro, en perfección espiritual y material del hombre natural no corrompido por las formas de poder; una idea que refleja el pensamiento sobre la forma del contrato social. Para Bey, la tentación salvaje debe ser muy fuerte allá en la frontera, donde la naturaleza está tan próxima y tienta al abandono de la iglesia, del trabajo depediente y del gobierno. Otro de los ejemplos sobre los que versará Bey para ilustrar la fascinación salvaje y la huída de los “beneficios” del imperio, será el de los Bucaneros de la Isla de la Tortuga con sus igualitarios “Artículos” por los que elegían democráticamente capitanes y aseguraban un reparto igualitario del botín. Repúblicas piratas como la Libertaria del capitán Mission o la quijotesca Barataria de los corsarios vascos Juan y Pierre Lafitte (sobre estos últimos y la República de Barataria: “Corsarios y colonizadores vascos” Michel Iriart, citado en Auñamendi, op. cit., vol.XXII, 1986, p. 428; y en Francisco Mota, Piratas en el Caribe, Casa de las Américas, La Habana 1984, pp. 166-170.), serán una constante que demuestra, desde sus mismos nombres, el ideal de estos “bandidos” forjadores de utopías en los no lugares del mapa imperial. La tentación comparativa con los efímeros asentamientos actuales en el ciberespacio por parte de los piratas informáticos es muy poderosa. Aquí también deberíamos incluir la tradición del comunitarismo cristiano surgido tras la revolución inglesa, cuando numerosos radicales protestantes escaparon o fueron expulsados a América; así como a los numerosos experimentos comunalistas que intentan desarrollarse, y que van desde las propuestas fourieristas, owenistas y cabetistas del XIX, hasta las redes de comunas de la contracultura americana, los krakers holandeses, los squatters ingleses o el trabajo cooperativo en los gaztetxes vascos del XX.