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Artículo escrito en Gaztegin el 4 de agosto de 1995

Jakue Pascual – Sociólogo

Escuela para adultos

Nadie está exento de aprender. La adquisición de conocimientos es un proceso ininterrumpido. La afirmación de estar de vuelta de todo, de la que hacen gala muchos viejos y otros que no lo son tanto, es la mejor evidencia de su incapacidad por entender el absurdo mundo que han contribuído a edificar con su desidia. Aquel que crea saber todo o simplemente lo suficiente para poder enfrentar los tiempos que ya están viniendo, es un absoluto imbécil. El anclarse en los referentes del pasado es tan estúpido como pretender enfrentar el futuro perdiendo la memoria. Las batallitas están muy bien para ser narradas en las frías noches de invierno, sirven para no repetir los errores, valen como guías de actuación histórica, pero no son aptas para ser repetidas estática y miméticamente en contextos sociales móviles.

Cada vez que oigo a un joven o a un viejo recitar en el rosario revolucionario el santoral de ciertos próceres de la causa, me pongo enfermo. Nada podrá nunca justificar las múltiples formas de stalinismo. Quien diga lo contrario tiene un cero en historia, porque no ha estudiado nada, ni los primeros ni los últimos capítulos, del pensamiento práctico de la libertad. Hay que tener un cuidado exquisito al tomar los referentes porque en ellos está inmerso el futuro. Lo cual no sirve de nada si no se cuenta con una imaginación práctica que anticipe la creación de nuevos momentos de liberación.

Muchas y muchos jóvenes, en concreto los de la izquierda abertzale, han tomado la decisión de abrir un periodo de aprendizaje. Tal actitud no puede más que honrarles, máxime cuando muestra que su conciencia supera años de ostracismo oscurantista que ha conducido al vacío intelectual de sucesivas generaciones, convertidas en herramientas de la consigna instantánea. Los slogans no tienen argumentos, están vacíos de razones y no sirven más que para mutilar la capacidad de creación subjetiva que, por definición de pertenencia, es la única con capacidad de dar vida a una comunidad.

Los y las jóvenes han lanzado el reto y quienes no estén dispuestos a asumirlo lo mejor que pueden hacer es quitarse de la mitad y no estorbar. Esta nueva generación está dispuesta a aprender, sería interesante que la gereontocracia comenzara su propio autoanálisis, no vaya a ser que los vicios adquiridos a lo largo de tantos años de posesión de verdades les hayan hecho olvidar cuál es el compromiso concreto con la tierra a la que pertenecen.

Los adultos también se han olvidado de leer y debatir, por eso ahora son tan vulnerables a la propaganda del enemigo. Puede que la juventud sea inmadura e inculta, pero su instinto no es en absoluto estupido y está más cerca de la naturaleza. Y es ahí donde llevan la delantera a unos viejos que han perdido lo que con la edad se esfuma, la energía, y que tampoco han sabido recoger lo que la edad debería suponer, la sabiduría. Puede que sea ya el momento en que las personas de distintas edades aprendan las unas de las otras. Un movimiento transformador se basa fundamentalmente en el rango de igualdad existente entre sus miembros y no debe reproducir los valores patriarcales si no quiere estar condenado a su propia destrucción. ¿Cuándo una escuela para viejos en la cual los que enseñen sean, además de los coetáneos, los propios jóvenes? La propuesta es bien clara, el problema es de quién depende la respuesta.

 

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