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Artículo escrito en Gaztegin el 22 de noviembre de 1996

Jakue Pascual – Sociólogo

¡Tururú!

Quienes afirman estar de vuelta de todo no saben, porque no quieren enterarse, que se están perdiendo la fiesta. Parapetados tras la acumulación de cosas (niños, pisos, coches, ropas, visas, esclavos...) no pueden oir el rumor que emerge desde el subsuelo, ni la canción que inscribe el principio en el vacío de la historia, ni tampoco el movimiento oculto tras los estallidos que reinventan una cotidianeidad creativa, insumisa e insurgente.

Una constante en las tres rupturas estéticas y sociales de este siglo que se suicida (dadaísta, situacionista y punk), es la de imaginar infinitas posibilidades a partir de los desechos y residuos (culturales, políticos y sociales) de la sociedad instituída. Esta forma de operar ha calado de tal forma en la estructura colectiva subconsciente que nos la encontramos por doquier.

Los ejemplos que mejor pueden explicar lo anteriormente afirmado los hallamos en los particulares ensamblajes que se establecen entre la realidad social ordinaria y el imaginario televisivo. Cruzamos el Mississippi y... ¡Jal! Lucas Grijander, el intrepido reportero del Telepeich chiquitistaní entrevista a las iracundas e irónicas masas estudiantiles de Barbate. -Por la gloria de mi madre, esto parece la caída de Roma, ¡pecadores!. Un grafiti sustituye la placa del Ministerio de Educación con un onomatopéyico ¡Tururú!, mientras la plebe juvenil entre jocosa y encolerizada enarbola sus consignas de ataque: "Ministra fistra", "Torpeda". Lo cierto es que todavía no conseguimos explicarnos si esta algarada se produjo "antes de los dolores", pero lo que sí quedó claro es que tras la fiesta a más de uno-a se los produjeron los porrazos de los guardias de Aznarín. Y, sin más, volvemos la conexión a la redacción del diario Egin en Euskal Herria. ¡Hasta luego Lucas!

En un mundo invadido por imágenes promocionadas desde canales mediáticos privados (inoculadores de apatía, individualismo, privatización, objetualización y consumismo), la repropiación colectiva de las mismas y su utilización libre y subjetiva, es una de las condiciones por las que pasa la transformación de la realidad social injusta. Cuando los mineros del carbón ocupan la imagen y definen, como sujetos de un colectivo engañado, los pactos entre sindicatos y Gobierno como una traición, simplemente están amplificando lo que significa la autoorganización popular. Cuando los familiares de presos irrumpen en el Festival de Cine de Donostia y eluden el cerrojo informativo que se rige -como todos- por la máxima de "quien no sale en los medios de comunicación no existe" (Debord), consiguen redimensionalizar orbitalmente la información sobre las condiciones inhumanas que soportan los prisioneros políticos vascos. Cuando los solidarios con Itoiz, los ocupas, los antimilis...

Para romper el cerco comunicativo hay tres maneras básicas de operar. La uno implica la inmediatez de la inmersión en el espectáculo, la valentía de arrebatar momentáneamente, mediante una imagen autoconsciente, un espacio de poder concebido unidireccionalmente. La dos, de más largo alcance, consiste en la creación de una red contrainformativa, autogestionada desde la multiplicidad de nudos expresivos que la componen y expuesta horizontalmente para su uso popular. Y la tres, que no es otra cosa que las relaciones directas y cotidianas entendidas como canales por los que circulan, a pesar de los intentos de aislamiento privatizador, los contenidos sociales transgresivos.

La esquizoparanoia es uno de los síntomas más relevantes de la sociedad de las imagenes, el reto de los "Videntes" (Xaho) pasa por su utilización política, por sumergirse transversalmente en la ficción para crear una dimensión propia, una realidad popular y alternativa como comunidad vasca autodeterminada en la multiplicidad de sus territorios, grupos y sujetos.

 

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